UNA MAÑANA EN EL PAGASARRI

A las diez y cuarto de la mañana del último domingo de septiembre, recogí a mi amigo Andoni en el centro de Bilbao para dirigirnos al Monte Arraiz, donde estacionamos el coche y, desde allí, encaminarnos al Pagasarri.
Cuatro años desde mi última subida, mis últimas agujetas y mis últimas promesas de que pronto repetiría la excursión.
Íbamos provistos de agua, sandwiches, mandarinas y varias chocolatinas (sin ellas no voy al monte), además de paraguas plegables porque el cielo grisáceo prometía lluvia.
Afortunadamente no tuvimos que utilizarlos y, como si las nubes pensaran que ya era demasiado dura la subida como para además hacerlo mojados, se fueron alejando del cielo de la villa.

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El paseo comenzó de manera tranquila, amena, charlando, observando el paisaje… Desde el camino vimos el vertedero de Artigas y el pueblo de Alonsotegui.

Seguimos avanzando, nos cruzamos con muchos caminantes.
-«Buenos días»
-«Buenos días»
De repente una animada música rompiendo la paz del bucólico lugar.
-«¿De dónde viene esa música?» – le pregunté a Andoni.
No necesité una respuesta ya que, en ese instante, unos ciclistas con mucha marcha venían de frente a toda velocidad.
Son muchos los que eligen esta ruta para disfrutar de una mañana de domingo sobre dos ruedas.
Continuamos ascendiendo y, hablar empezaba a suponerme un esfuerzo así que, opté por el silencio para ahorrar energía.
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En un arbolado distinguimos una caseta de cemento que, en otro tiempo, fue utilizada por el guarda. Alrededor, varias mesas y bancos parecían estar esperando montañeros para acoger un picnic.
Pocos metros más adelante llegamos al camino donde te juntas con los que vienen de la zona de Larraskitu.
Empieza una cuesta, que se convertiría en un pequeño calvario para mis cansadas piernas. Le pedí a Andoni un pequeño descanso y él, parecía no escucharme, seguía con paso firme y seguro.
Cinco minutos más tarde y algo menos de oxígeno en mis pulmones decido sentarme en un murete en un lado del camino. Ya no podía más, mi fatigado cuerpo sin aliento, se resistía a continuar.
Quedaban unos doscientos metros para llegar a la cumbre, que alcanzamos en unos minutos, una vez que yo me había recuperado.

Lo primero sacar una foto que demostrara mi hazaña, siguiente paso ir al refugio a tomar un refresco y comer algo mientras observaba Bilbao desde el Olimpo de los bilbaínos.
No era la única; mucha gente en silencio, masticando, mirando nuestra villa, pensando la gran suerte de pertenecer a ella.

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Terminado el refrigerio nos dirigimos a Las Neveras del Pagasarri, donde un panel explicativo, nos cuenta que desde hace 300 años estos agujeros en la tierra se utilizaban de almacén para el hielo que luego trasladaban a la ciudad en burros y carros.

Nos sacamos unas fotos imaginando cómo llevarían a cabo el transporte del hielo por la ladera del monte.

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Nos pareció tan fatigosa la tarea que nos entró sed, así que, bajamos a beber agua fresca en la fuente de Tarin.
Una vacas parecían custodiar la fuente, nos miraban con recelo pero sin mover ni el rabo.
Varias fotos y varios tragos de agua después, debíamos ponernos en camino para comenzar el descenso.

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Las piernas iban solas cuesta abajo posiblemente influenciadas por las ganas de llegar al coche que me trasladaría a una buena y reconfortante ducha.
El balance de mi mañana en el monte fue absolutamente positivo y, no tardaré en volver.
Prometido.

Gracias Andoni por ser mi sherpa.

11 comentarios en “UNA MAÑANA EN EL PAGASARRI

  1. kaixo esme, hace por lo menos 18 años. que no subo al paga, jajajajajaja y al paso que voy ahí se que dará jajajajaj.

    me gusta como nos comentas tu excursión, bien detallada con cansancio y todo jajaja.

    muxussss mi querida amiga.

    Valen.

  2. Pues como siempre nos cuentas las cosas tan sumamente bien, no me he cansado nada subiendo al Paga, pero de joven he subido mucho, vivo en Errekalde, lo tengo un poco más cerca, aunque la última subida, viendo al fondo el final es interminable. Muxusss

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