LEKEITIO, UNA MIRADA AL MAR.

Un pueblo costero cuenta con muchas posibilidades de ser atractivo solo por el simple hecho de que el mar llegue hasta él.
Un pueblo costero es sinónimo de turismo, de paseos, de belleza, de olor a salitre, de paz…
Situado en la comarca de Lea-Artibai, en las laderas de los montes Otoio y Lumentza, Lekeitio puede presumir de ser uno de los pueblos más bonitos de la costa vasca.
Su río Lea desemboca entre las playas Isuntza y Karraspio, frente a su famosa isla de San Nicolás.

P1280129
Los lujos no tienen por qué ser joyas, buenos coches, casas grandes o viajes a las antípodas. Para mí el lujo es disfrutar bajo el sol de invierno de un paseo por un lugar como este.
Un día de labor cualquiera del mes de diciembre aparqué el coche sin dificultad a pocos metros del paseo.
El oleaje me atrajo como un imán. La espuma blanca rompiendo contra la piedra del muelle es un espectáculo en sí mismo. La isla San Nicolás o isla Garraitz albergó en el siglo XVI una ermita bajo la advocación de este santo y un convento.

Actualmente se encuentra unida a tierra por un dique solo visible con marea baja.
En la foto podéis observarlo detrás de mí.

 


Mis pasos me condujeron al puerto, donde una gran variedad de pequeñas embarcaciones parecían estar esperando a que su patrón las sacara a la mar. Todas listas, limpias y en perfecto estado junto a varios barcos más grandes pintados con los colores de nuestra bandera.
La flota pesquera no es lo que era hace años, pero no deja de ofrecer su encanto a todos los que acudimos al pueblo.

 


La gran plaza, en ese momento, estaba muy animada con los vecinos que habían salido buscando un rayo de sol y una buena charla.
Recorrer sus calles empedradas admirando la belleza de sus fachadas es otro de los lujos de los que os hablaba antes.
En una esquina de la plaza, la basílica de la Asunción de Nuestra Señora, construida en el siglo XV de estilo gótico tardío vasco en el lugar que ocupó otro templo religioso. Es una basílica aunque parezca una catedral con sus arbotantes, gárgolas y contrafuertes.


Entre calles me encuentro verdaderas maravillas como estas dos fuentes del año 1888, casas torres señoriales con sus blasones, la torre Turpin, una de las más antiguas mejor conservadas, o, algo tan original, como un huerto urbano en medio de altos edificios.

 


Sigo caminando y de frente aparece un humilladero; un lugar de recogimiento que, en otro tiempo, la gente visitaba con asiduidad para rezar unas oraciones.


La iglesia San José es un edificio de estilo barroco construido en el siglo XVII en pleno casco histórico del pueblo. Su interior, a esas horas vacío, está muy iluminado con luz natural que penetra por sus vidrieras.


El retablo barroco es una pieza singular de este templo, debido a sus dimensiones y elementos de creación.


Antes de montar de nuevo en el coche, cruzo unas palabras con algunos de los vecinos que me sonríen y amablemente contestan a mis preguntas sobre las tradiciones del pueblo. Me aconsejan volver para las fiestas de San Antolín en septiembre o en junio para San Pedro y poder ver así la emblemática danza de la KAXARRANKA.
Monto de nuevo en el coche y me dirijo al faro de Santa Catalina a unos tres kilómetros del centro del pueblo.
Este faro, hoy en día, cumple dos funciones. Una la de guiar con su gran linterna a las embarcaciones que se acercan a la costa y otra como centro de interpretación.


Estas instalaciones, que datan de 1862, han sido remodeladas para ofrecer visitas guiadas en las que se muestra cómo era la vida en el mar, cómo se quedaban las mujeres en tierra realizando tareas de reparación de redes o cómo en noches de tormenta el farero era el encargado de que aquellas txalupas regresaran en buenas condiciones al pueblo.


Ha sido una mañana estupenda, he aprendido y disfrutado mucho, solo me resta buscar un restaurante donde me sirvan un sabroso pescado. Aquí no me costará encontrarlo.
FOTOS: ANDONI RENTERIA

VIDEO DE YOUTUBE PROPIEDAD DE TRAOLA PRODUKZIOAK