El tema de la fiesta veneciana en la Plaza Nueva es bastante controvertido y, para creerlo, debemos recurrir a un acto de fe. De lo que no hay duda es de que, el artista Manuel Losada, pintó un cuadro en el que se ven góndolas en la plaza y en el que se refleja, con todo lujo de detalles, el acontecimiento del que tantas y tantas veces hemos oído hablar. Aunque él no lo vio con sus propios ojos, en su obra se escenifica lo que, según se dice, le contaron sus padres y sus vecinos.
La anécdota se remonta al año 1872 cuando, el entonces rey de España, Amadeo I de Saboya, realizó una visita a Bilbao, entre otras cosas para asistir a la inauguración de la Santa y Real Casa de Misericordia de Bilbao. Y, para agasajarle, se decidió evocar una fiesta veneciana en la plaza Nueva convirtiendo unas barquitas en engalanadas góndolas. Esta idea tan txirene surgió de varios clientes del café Suizo situado en la misma plaza. Son muchos los que dudan de esta versión ya que cuesta imaginar la escena en la actualidad. Sin embargo, en aquella época, el centro de la plaza estaba a un nivel inferior que el resto, con una fuente en el medio; por lo que no fue necesario taponar las entradas a la plaza ni a los comercios, solo se taponó el desagüe de la fuente con el objetivo de inundar la parte central de la plaza y, de esta manera, el efecto sería como el de una piscina; evidentemente no con tanta profundidad, pero sí la necesaria para emular a un canal veneciano.
La fantasía, el glamur y las ganas de jolgorio de los bilbaínos, han alimentado esta historia que, tan bien, pintó Losada. Seguiremos sin saber cuánta verdad hay en el cuadro, pero no se puede negar, que como anécdota bilbaína es una de las mejores.
Y no solo en la plaza Nueva hubo góndolas. Existen documentos en los que se pueden leer sobre los “regocijos” de agosto de 1879, que no eran sino las fiestas predecesoras de la actual ASTE NAGUSIA, en las que se organizó una fiesta veneciana en la ría. Varias barcas elegantemente decoradas eran conducidas por personajes ataviados con los trajes típicos de la ciudad italiana desde el puente de San Antón hasta Uribitarte, donde les esperaba un espectáculo de fuegos artificiales. Las márgenes de la ría, iluminadas con cientos de faroles, daban un aspecto mágico a esta original celebración en la que se recreaba la boda del Dux de aquella época con el mar Adriático. Como colofón, la comisión de fiestas otorgó un generoso premio de 250 pesetas a la góndola más artísticamente decorada, más teatral y con los tripulantes mejor caracterizados.
Desde luego, es innegable que los bilbaínos somos txirenes y ocurrentes desde siempre.
Foto del cuadro de Manuel Losada tomada de Internet.