LA CAMPA DE LOS INGLESES

El terreno que hoy ocupa el moderno Museo Guggenheim y sus alrededores fue, desde el siglo XVII hasta 1908, un cementerio británico donde enterraban a los súbditos ingleses que recalaban en Bilbao y en diferentes pueblos de Bizkaia para trabajar en sus minas de hierro; así como a los soldados británicos caídos en las distintas contiendas en las que participó la Commonwealth. La zona era conocida como Campa de los Ingleses o Isla de los Siete Árboles por los siete robles que rodeaban el camposanto.
Pero, esta campa al lado de la ría, no solo fue testigo de enterramientos, sino que sirvió también como eventual pista de aterrizaje. Pero, sobre todo, se utilizó como lugar improvisado para practicar un deporte habitual en suelo inglés, pero que los bilbaínos desconocían entonces: el fútbol. Aquellos británicos, en sus ratos libres después del duro trabajo, enseñaron a jugar a todo el que se acercaba a este inusual terreno de juego. Poco a poco, los jóvenes autóctonos, fueron aficionándose tanto que, ejerciendo la tan conocida fama de fanfarrones de los bilbaínos, decidieron retar a sus maestros disputando un partido y demostrar, así, todo lo aprendido.
El día elegido fue el 4 de mayo de 1894. Aquella fue una jornada histórica para los incipientes aficionados al deporte rey, ya que se disputó el que sería el primer partido de fútbol en Bizkaia. Los ingleses se erigieron vencedores con cinco goles a su favor y, para consolar a los valientes bilbaínos, les invitaron a una opípara comida a base de pollo asado.
Una empresa maderera, una terminal de contenedores e, incluso, varias chabolas tuvieron su espacio en La Campa de los Ingleses. Pero, poco a poco, desaparecieron para dar paso a uno de los mejores y más frecuentados paseos de la villa: el Paseo de Abandoibarra.
El 29 de abril de 2011, el Consistorio Bilbaíno y el Athletic Club, colocaron en el suelo una placa conmemorativa recordando el origen del fútbol en este histórico lugar.

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FOTO ANDONI RENTERIA

EL ROBLE DE ARBIETO

Hace doscientos años, los bilbaínos que buscaban disfrutar de la naturaleza se acercaban a la república o anteiglesia de Abando, a la zona donde actualmente se encuentran las calles Diputación, Gardoki o Astarloa, a sentarse sobre la hierba de alguna de sus campas bajo la sombra de sus numerosos árboles, mientras degustaban sabrosas tortillas, deliciosos embutidos y fresco txakolí. Así transcurrían las tardes de asueto con un espectador grande y silencioso que pasó a la historia bilbaína como el Árbol gordo o roble de Arbieto, tomando el nombre de la casa torre cercana a él.
Se cree que su origen se debe a las dos hileras de robles que fueron plantados cuando se construyó la iglesia San Vicente Mártir en Albia, para embellecer el camino y facilitar la sombra a todo aquel que se acercara hasta el templo religioso. Bajo sus ramas se organizaban reuniones vecinales en las que se dirimían diferentes cuestiones relativas a la convivencia. Fue testigo de encarnizadas luchas, diana de balas perdidas en algunas de las guerras carlistas y víctima de un fuego provocado por un grupo de mozalbetes, que casi termina con su existencia.

Afortunadamente, eran muchos los que cuidaban y amaban al roble Arbieto, como el escritor costumbrista, Antonio Trueba, que escribía sus cuentos bajo su protección.
En el invierno de 1881, con setecientos años de vida, comenzaba a estar muy deteriorado; por lo que el consistorio bilbaíno decidió que lo adecuado era talarlo y dejar paso al progreso. En su lugar, se barajó la idea de plantar un retoño. Finalmente, se instaló un largo y delgado farol alimentado con gas, que proyectaba una tenue luz de noche y de día. Con su tronco hubo quien propuso tallar un banco para las autoridades, pero la idea tampoco prosperó.

Esta es la historia del Árbol Gordo o roble de Arbieto. Pero, en nuestra villa, existieron más árboles famosos y queridos como el Tilo del Arenal, las palmeras de la Plaza Nueva o el encino de la Salve. Todos, ya desaparecidos del escenario bilbaíno, se mantienen en la memoria, en los textos y en el corazón de todos.

FOTO DEL BLOG DE CÉSAR ESTORNES

LOS PRIMEROS HABITANTES DE BILBAO

Para hablar de los primeros “bilbaínos” nos tenemos que remontar al 3000 a. C., al final del Neolítico; cuando entre los montes Avril y Ganguren, donde actualmente podemos disfrutar de un área recreativa, hubo unos asentamientos formados por varias cabañas circulares de madera cubiertas con fibras vegetales y pieles. En 1966 se descubrieron en la zona dos dólmenes. Sin embargo, tuvieron que pasar veinte años hasta que comenzaron las excavaciones, donde se hallaron diversos objetos como: puntas de flecha, raspadores, un hacha y varias cuentas de un collar.
Al otro lado de la ciudad, frente a este lugar y a 261 metros de altitud, hubo otro hallazgo importante: el Castro de Malmasín. Todo aquel que alcance la cumbre de este monte observará un amontonamiento de piedras de lo que fue una muralla levantada para proteger las viviendas de aquellos hombres y mujeres que habitaron este lugar en el siglo III antes de Cristo. También quedan restos de un molino y de algunas estelas funerarias en la ermita de San Martin de Finaga en Basauri, muy cerca de este punto, que hacen pensar en la existencia de una necrópolis.

Poco se sabe de aquella época; es muy posible que aquel castro fuera abandonado con la llegada de la Influencia Romana ocurrida entre los siglos I y II. Aquellos romanos se instalaron en la villa y construyeron sus hogares más cerca de la ría para tener controlado el comercio hasta el mar e, incluso, mostraron interés por el negocio del hierro.
Entre los objetos que testimonian su presencia se encontraron varios lucernarios de cerámica en un edificio de la calle Ribera en el Casco Viejo; así como unas cuantas monedas extraídas en alguna de las habituales operaciones de dragado de la ría.
A partir del siglo III, un cambio en la situación económica repercutió en el comercio, afectando de tal manera a la vida de aquellos habitantes de la futura villa de Bilbao que fueron poco a poco desapareciendo, como así se constata con la no aparición de más objetos o monedas.

FOTO ANDONI RENTERIA