Nuestra geografía está llena de rincones maravillosos, verdes y con encanto. Siempre es una gozada realizar excursiones para conocerlos, descubrir ruinas, visitar cuevas, disfrutar de las playas o atravesar un monte para llegar a un faro.
Eso es exactamente lo que quise hacer un jueves por la mañana hace dos meses: visitar el faro de Gorliz.
Desde Bilbao al aparcamiento de Astondo, a pocos metros del hospital de Gorliz donde estacioné el coche, solo distan unos 26 kilómetros.
Pasando la playa a mano derecha se puede ver un caminito por el que comenzar el ascenso. No es muy costoso y las vistas desde arriba merecen la pena el pequeño esfuerzo. Encontraréis un panel explicativo de la fauna y la flora de la zona antes de empezar a subir.
El recorrido no tiene pérdida, solo se debe seguir el sendero indicado y no meterse por recovecos en los que solo encontraréis matorrales.
Siempre que comienzas una excursión nunca sabes cómo se desarrollara. Eso es exactamente lo que me sucedió a mí.
Comienzo el recorrido y unos minutos después me detengo para tomar aire y deleitarme observando la hermosa bahía de Gorliz.
En ese momento la brisa marina aparece para refrescarme durante la subida pero…tengo la sensación de que no será solo una brisita.
Continuo hacia la cumbre entre encinas y pinos, siempre con el objetivo de llegar al faro de Cabo Villano, el más alto de la costa Cantábrica con sus 165 metros y uno de los más jóvenes, ya que fue construido en 1990.
También allí se encuentra un cañón y restos de una batería de costa.
En todo esto voy pensando mientras pongo atención en mis pisadas para no caerme o pincharme con las zarzas que salen a mi paso.
De repente, una gota. Otra gota. Y otra. ¿Qué hago? ¿Continúo o doy la vuelta?
Miro a lo lejos y calculo que todavía queda bastante camino para llegar a mi destino. Por un momento dudo pero decido seguir.
Las gotas cada vez son más constantes y gordas pero, lo peor, es el viento. La brisita de hace un rato se ha convertido en un desapacible aire del Cantábrico que, mezclado con la lluvia, empieza a dificultarme el bucólico paseo.
Avanzo unos metros más y llego a un camino más ancho donde he de sortear un enorme charco con barro. Menos mal que estoy ágil y puedo subirme a una valla para esquivarlo.
El pelo empieza a pegarse a mi cabeza como si hubiera salido de la ducha. La ropa se me adhiere al cuerpo; no es la adecuada para un día de lluvia.
Llego a un cruce y, allí, decido que, aunque no quedan muchos metros hasta el faro, lo dejaré para otro día con mejor tiempo. Será una buena excusa para volver a este precioso paraje.
Al bajar hacia el aparcamiento paso por delante de La Granja Foral donde se ubica el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Bizkaia. Debajo de una tejavana he de refugiarme durante unos minutos con la esperanza de que la incesante lluvia amaine. La mojadura es tremenda y empiezo a sentir frío. Minutos después, el tiempo no mejora y yo debía volver a Bilbao, así que tomo la decisión de abandonar mi cobijo y realizar los últimos trescientos metros a paso ligero.
Por fin llego al aparcamiento; hora y media después de haber iniciado la excursión sin saber que no podría concluirla como a mí me hubiera gustado.
Enciendo el motor del coche y la calefacción para entrar en calor. Solo espero no haber cogido un resfriado.
¡Volveré!
FOTOS: ANDONI RENTERIA