Una de las visitas organizadas por el Ayuntamiento de Bilbao me lleva a descubrir los entresijos de un medio de transporte emblemático en Bilbao: El Funicular de Artxanda, más conocido por todos como “El Funi”.
A las diez de la mañana de un día de septiembre me encuentro en la puerta que da acceso desde abajo a este pintoresco vehículo que, precisamente, hoy 7 de octubre cumple cien años de existencia.
Lo primero que nos explica la guía es que estamos en una zona que se llamó Begoñako Ibarra (La vega de Begoña).
En el Bilbao de finales del siglo XIX empiezan a valorar las excursiones a los montes que rodean el Botxo; se dan cuenta de las bondades del aire sano y, es por ello, que el Consistorio decide facilitar la subida al monte Artxanda a los bilbaínos que así lo deseen. Se encargan varios proyectos de viabilidad para un transporte que circule por la ladera hasta la cumbre.
Se pensó en un tren cremallera al estilo suizo pero, finalmente, se decidieron por un funicular, ya que tanto en Barcelona como en San Sebastián, la experiencia había sido muy exitosa.
Los hermanos Evaristo y Rufino y los contratistas Luis y Pedro Areitoaurtena son los cabezas pensantes de este magnífico proyecto. En Junio de 1924 se constituyó la Sociedad del Funicular de Artxanda que contaba con un capital de 1 millón de pesetas de la época.
Hubo muchas dificultades sobre el terreno, tanto técnicas como de los vecinos, que no veían con buenos ojos aquel transporte que cambiaría sus vidas.
Entramos en la Estación y ya nos estaba esperando uno de los dos funis para, en tres minutos, salvar los 226 metros de desnivel en un recorrido de 770 metros.
Los vagones del siglo pasado tardaban el doble de tiempo en realizar ese trayecto y, en su interior, tenían más cabida para personas sentadas que actualmente. Se fabricaron de madera en unos talleres ubicados en las cercanías de la actual Plaza del Funicular.
Una vez en la estación de arriba, nos reunimos en torno a la antigua rueda que fue utilizada hasta el año 1983, año que, debido a las inundaciones, dejó sin servicio al Funi y hubo que reformarlo completamente.
En esta rueda iban los cables que hacían subir y bajar los vagones; ahora podemos disfrutar de ella como si fuese una escultura, pero con más historia.
La guía nos va pasando fotos de la antigua estación y nos comenta que, las columnas que decoraban la entrada, actualmente se hallan en la pista de patinaje anexa a la estación.
En el año 1937, nos explica, el Funicular fue bombardeado ya que se transportaban armas para el Cinturón de Hierro y, un año después, ya reparado, se reanuda el servicio.
Hubo un accidente muy grave en 1976, aunque, afortunadamente, no hubo víctimas mortales. En unas maniobras de mantenimiento el vagón con cinco trabajadores dentro, cayó por la cuesta hasta la estación de abajo. Cuatro de los obreros se tiraron en marcha con las consiguientes magulladuras; el quinto no pudo hacerlo y sufrió bastantes golpes en el impacto. Según cuentan, el operario, estaba más preocupado por haber perdido el reloj en el accidente que por sus contusiones.
Por una puerta accedemos a unas escaleras que nos llevan a un sótano mientras notamos un olor a grasa de motor y unos grados más temperatura.
Al llegar todos los asistentes a esta visita exclamamos un “¡¡Ohhh!!”; habíamos llegado a la Sala de Máquinas, donde se encuentran los motores y los cables que manejan el Funi.
Allí nos explica con bastantes detalles técnicos el manejo y el mantenimiento. El cable se cambia cada veinte años, el actual es del año 2012. Anualmente se realizan revisiones con una máquina de rayos X y, para comprobar los frenos, los bomberos cargan el vagón con 5 toneladas de agua y simulan una caída con dos operarios dentro que deben detenerlo. Estas maniobras se llevan a cabo por la noche y, casi nunca, nos enteramos los usuarios.
Las diferentes máquinas que allí podemos ver son de empresas vascas.
Salimos a la superficie de nuevo y la guía nos cuenta que la casa de al lado de la estación pertenece a la familia del cónsul de Gran Bretaña. Nos anima a mirar en el jardín y descubrir una cabina de teléfono roja típica de Londres que se hizo traer desde su país. Se ve bastante deteriorada.
La visita está llegando al final, nos queda una foto de grupo al lado de la rueda y, al entrar, para bajar de nuevo al Botxo, nos señala una maqueta del antiguo Funi además de unas fotos antiguas que nos dan una idea bastante certera de cómo fueron sus comienzos.
Ha sido una experiencia positiva y muy educativa que me ha permitido aprender un poquito más de la historia de nuestra ciudad.
FOTOS: ANDONI RENTERIA