ALTZO Y SU GIGANTE

Miguel Joaquín Eleicegui Arteaga es el nombre con el que fue bautizado el que luego pasaría a la historia como el Gigante de Altzo.
Nació en Altzo (Gipuzkoa) el 6 de julio de 1818 y era el cuarto de nueve hermanos. Siendo aún un niño falleció su madre. A pesar de ello, su infancia transcurrió con normalidad, sin nada que hiciera sospechar lo que sucedería con veinte años de edad.
Miguel Joaquín, comenzó a desarrollarse y a crecer desmesuradamente tras padecer una enfermedad. Su gran tamaño sorprendía, sobre todo, a los vecinos de los pueblos cercanos al suyo como Tolosa, cuando iba y se le quedaban mirando asombrados por su impresionante estatura. Eso empezó a ser un problema para él que se autodefinía como un “aborto de la naturaleza”.

José Antonio Arzadun, vecino de Lecumberri (Navarra), emulando a un americano que exhibía en su circo personas con anomalías físicas, le propuso formar una sociedad para recorrer la geografía mostrándose en público con el fin de ganar dinero. Miguel, reticente al principio, acabo aceptando e impuso sus condiciones, como la de asistir cada día a misa, estuvieran donde estuvieran. Además, el empresario navarro debía proveerle de tabaco. Finalmente, el contrato se firmó en el año 1843 y el primer lugar que visitaron con el espectáculo fue Bilbao.

Para sus exhibiciones vestía con un traje turco o de general de la Armada Española. A los veintinueve años ya conocía varios países europeos donde se presentaba como “El Gigante vasco” y aparecía en muchos artículos de prensa de la época. Incluso existen documentos que certifican que se entrevistó con varios monarcas como el rey Luis Felipe de Francia o la reina Victoria de Inglaterra.

Miguel Joaquín llegó a medir 2,42 metros y su peso alcanzó los doscientos kilogramos. Ingería una gran cantidad de comida y, cuentan, que bebía al día veintitrés litros de sidra. También sus prendas eran descomunales. Por ejemplo sus guantes medían treinta y tres centímetros, sus abarcas equivalían a un número 63 y su chaqueta era digna de un gigante. En la imagen se pueden ver estos objetos recreados en una exposición permanente que el Ayuntamiento de Altzo instaló en la plaza del pueblo en el año 2003.

Aquel hombretón que sufría tantos problemas de salud y, sobre todo, en las articulaciones, dejó de recorrer ciudades para asentarse en su pueblo gipuzkoano y terminar sus días a la edad de cuarenta y tres años.

En agosto de 2020 la Sociedad de Ciencias Aranzadi con el antrópologo forense Francisco Etxeberria al mando, exhumó el cuerpo del insigne vecino de Altzo tras varias hipótesis de que sus restos se encontraban en algún museo. Pero, no. Allí descubrió Etxeberria y su equipo los enormes huesos de Miguel Joaquín. En la actualidad permanece en el pequeño cementerio del pueblo.

Altzo respira quietud, es un maravilloso enclave en el interior de Gipuzkoa desde donde se divisa un bucólico paisaje cubierto por un manto verde de naturaleza. Aquí es donde nació y falleció un hombre grande del que hoy conocemos más gracias a los paneles informativos que el Ayuntamiento ha distribuido por varios rincones como el de la foto, al lado de la iglesia San Salvador donde, por cierto, quedan algunas de las marcas en la fachada de las mediciones que le realizaban cada cierto tiempo para comprobar cuánto crecía.

Todo en este lugar gira en torno al gigante, incluso el rocódromo tiene una imagen suya. No cabe duda de que dejó su impronta y que, ciento sesenta años después, seguimos recordándolo como en la película HANDIA, rodada en 2017 ganadora de diez premios Goya en 2018.

No hace falta que os diga que, la historia, el pueblo y su entorno, merecen una visita.

FOTOS: ANDONI RENTERIA

LOYOLA, EL SANTUARIO DE SAN IGNACIO.

En este post os llevo de excursión al Santuario de Loyola, un complejo religioso y monumental en el pueblo de Azpeitia (Gipuzkoa).
A unos setenta kilómetros de Bilbao este lugar es uno de los más frecuentados de nuestra geografía; son miles los visitantes que recibe a lo largo del año.
Iñigo López de Loyola, más conocido como Ignacio de Loyola fue uno de los hijos del matrimonio formado por Beltrán Ibáñez de Oñaz, señor de Loyola y Marina Sánchez de Licona de origen noble. Nació en 1491 en la casa torre que se puede visitar en la actualidad.
Ignacio se dedicó desde muy joven a las armas siguiendo la tradición familiar, hasta que en 1521 resultó gravemente herido en Pamplona luchando contra los franceses. En su periodo de convalecencia se aplicó en la lectura de numerosos libros, sobre todo piadosos. Fue así como cambió sus armas por la religión.
Su pasión por Jesucristo le llevó a viajar a Jerusalén con el objetivo de convertir en cristianos a los infieles.
Se hizo acompañar por varios amigos y tiempo después fundó la Compañía de Jesús, más conocida como Jesuitas.
Con la aprobación de Paulo III se ordenaron sacerdotes e Ignacio fue elegido Superior General por la recién estrenada orden religiosa.
Falleció el 31 de julio de 1556 en su celda de la casa de los Jesuitas en Roma. Como legado quedan sus escritos, sus cartas, sus reflexiones y sus diarios.
A finales del siglo XVII comenzó la construcción del santuario alrededor de lo que fue la casa torre de la familia y a orillas del río Urola en el barrio de Loyola entre Azpeitia y Azkoitia.


En este complejo religioso, uno de los más importantes de Euskadi, lo más destacable es la basílica circular con su cúpula esférica de sesenta y cinco metros de altura a la que se accede por una impresionante escalinata.


El altar mayor de estilo churrigueresco se construyó a mediados del siglo XVIII y, en la parte superior, destaca la figura de San Ignacio de Loyola realizada en plata. Alrededor, diferentes capillas integradas en el conjunto, le dan un aspecto acogedor y amplio a la basílica.

Gracias a un espejo se puede observar la cúpula sin necesidad de forzar el cuello.

El órgano data de 1889 y posee tres teclados y 2172 tubos.


Al salir, me dirijo a la Casa Santa, la casa donde nació y creció el santo. La entrada cuesta tres euros.
Esta torre, ha sufrido varias restauraciones en sus cuatros plantas pero mantiene la esencia de lo que un día fue. Muchos objetos nos dan buena idea de cómo fue la vida de esta familia religiosa.
La planta baja era utilizada como lugar para guardar los aperos de labranza y albergaba, también, una bodega.


En la primera planta se hallaba la cocina con una gran chimenea. Este era uno de los espacios compartidos por los señores y los criados.

En una de las paredes se puede apreciar un dibujo cuya autoría se cree que pudo ser del propio San Ignacio.


La segunda planta era la noble, en la que se distribuían habitaciones, comedor y hasta un oratorio. Aquí, en una de estas estancias, nació San Ignacio.


Las habitaciones de los hijos y de los huéspedes se encontraban en la tercera planta. Aquí pasó su convalecencia San Ignacio, leyendo libros que, cada día, le acercaban más a Dios.

En el edificio anexo las obras de arte cuelgan de las paredes de los impresionantes pasillos. El Museo Sacro posee muchos objetos litúrgicos y una importante colección de libros religiosos. Por aquí se accede a una capilla donde se puede ver la imagen del santo escribiendo el libro de ejercicios en la Cueva de Manresa.


Este santuario de magnífica arquitectura albergó muchos religiosos pero, ahora ya quedan muy pocos, algunos ancianos.

Detrás del edificio se extiende un magnifico jardín de veinticinco hectáreas que la orden religiosa compró en el año 1948.


En un lateral se encuentra el cementerio donde reposan los restos de los sacerdotes jesuitas que antes se enterraban en la planta baja de la Casa Santa.
Hace casi veinte años se acondicionaron varios caminos con bancos. En un lugar destacado del parque se colocó una obra de Antonio Oteiza realizada en bronce como homenaje a la peregrinación de San Ignacio al Santuario de Aránzazu.


El conjunto arquitectónico se completa con una biblioteca, un centro de espiritualidad y un albergue.
Realmente es un lugar que merece una visita tranquila, admirando tanto el arte como la espiritualidad que desprende.
FOTOS: ANDONI RENTERIA

ASCENSO A LAS CAMPAS DE URBIA

A poco más de setenta kilómetros de Bilbao se encuentra el Santuario de Aranzazu en la provincia de Gipuzkoa, concretamente en el municipio de Oñati.
Hasta allí me dirigí hace unas semanas con la intención de realizar un paseo por la montaña que rodea el templo católico.
Estacioné el coche en el aparcamiento y me cargué la mochila para comenzar el ascenso hasta las campas de Urbia, mi destino final.
La subida se realiza por el collado Elorrola que tiene una altitud de 1161 metros.
Unos doscientos metros después encontré un panel informativo y una barrera que atravesé sin problemas.


Poco a poco fui adentrándome en un bosque que bien podía ser mágico y un sendero ancho que se notaba muy frecuentado, donde observé gran variedad de árboles pero, sobre todo, hayas. Continuando una senda me topé con una pequeña virgen entre las rocas.


En algunas zonas el piso estaba más embarrado pero no era difícil caminar por él o por los puentes de madera que salvan el terreno.


Debido a la popularidad de esta excursión, hoy en día encontramos el recorrido bien señalizado y con una anchura considerable para realizarla cómodamente.
El ascenso me llevó alrededor de ochenta minutos, los últimos metros me resultaron los más costosos por el terreno y por mi cansancio.


Al alcanzar la cumbre el paisaje frente a mí me hizo olvidar el esfuerzo. Sinceramente, no me esperaba hallar un panorama de tanta belleza.


Varios caballos parecía que me estaban esperando y relincharon al verme.
Un caminito con árboles alineados me condujo hasta una ermita.


La historia de este pequeño templo religioso es muy curiosa. Fue edificada a petición de los pastores a los que suponía un trastorno bajar cada domingo a Aranzazu a escuchar misa. Se realizó una cuestación popular y, además de vecinos, diferentes ayuntamientos aportaron dinero o material para su construcción.
El domingo 28 de septiembre de 1924 un tren repleto de montañeros partió de la estación bilbaína de Atxuri a las tres de la mañana y llegó al amanecer. También desde Álava llegaron decenas de autobuses. Unas dos mil personas ascendieron en procesión para la inauguración de la ermita Andra Mari.
Diputados, alcaldes y varias personalidades asistieron a aquella misa inaugural; así como varios dantzaris, txistularis e, incluso, miqueletes. Hubo baile y música y todo se desarrolló en un ambiente de camaradería.
Un año más tarde se organizó otra fiesta pero esta vez más lúdica, ya que se inauguró la fonda con gran afluencia de público al que se le sirvió exquisitas viandas.
Esta fonda es un magnífico lugar para descansar después del ascenso y reponer fuerzas comiendo contundentes platos o un bokata admirando la imponente crestería del Aitzkorri. Además venden productos tales como queso o miel.


Tras un rato de reposo y embelesamiento admirando el paisaje avancé unos cientos de metros para observar los grandes rebaños de ovejas que pastan en libertad por estos verdes y amplios prados.


Alrededor de dos horas permanecí en las campas de Urbía pero, sin duda, mereció la pena el trabajo de subir hasta allí.
FOTOS: ANDONI RENTERIA