RECUERDO DE UN SANATORIO

Era domingo, a finales del mes de noviembre. Bilbao se despertó con un cielo azul y la temperatura era tan agradable que quedarse en casa resultaba impensable.
Unos días antes alguien me habló de un edificio abandonado cerca del Hospital de Santa Marina. Ya sabéis que soy muy curiosa así que, decidí que esa mañana iría a inspeccionar la zona pero no lo haría sola, Andoni, me acompañaría.
Antes de ir me informé de qué edificio podía ser y resultó ser el antiguo Hospital de Santa Marina.
Nos dirigimos al lugar en coche con intención de estacionarlo en el aparcamiento del centro sanitario. Pocos metros antes de llegar, a la izquierda pudimos ver entre la frondosa vegetación, una construcción.
El parking a esas horas estaba casi completo pero encontramos una plaza. Cruzamos la carretera y por el arcén llegamos a una cuesta por la que accedimos a una explanada donde se nos apareció aquel ruinoso edificio que fue, en un tiempo, lugar de reposo y curación, pero que en este momento parecía el escenario de una película de terror.
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Es un pabellón bastante largo con una altura de dos pisos en un estado lamentable.
Los grandes ventanales sin cristales, los grafittis en las paredes, los agujeros en la fachada y la maleza en el exterior refleja un abandono y tristeza que me encogió el corazón.

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Yo soy intrépida y me cuelo por todos los rincones, no suelo tener problema en subirme, agacharme, tirarme al suelo o cualquier cosa de ese tipo pero, he de reconocer, que carecí de valor para entrar en aquel lugar tan lúgubre.
No se oía nada, silencio absoluto. Llevaba unos minutos cuando de repente, se escuchó un fuerte golpe que me hizo retroceder unos metros. Miré para todos los lados pero no descubrí nada que indicara que alguien lo había producido.
¡Zas! Otro golpe y otro y así varios seguidos. Empecé a preocuparme y asustarme.
Mi parte racional del cerebro me aseguraba que era debido al viento que allí soplaba pero mi parte fantasiosa y peliculera afirmaba que alguien me vigilaba escondido detrás de un trozo de pared e intentaba asustarme con el fin de que me alejara de su “residencia”.

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¿Habría alguien viviendo allí? ¿Algún okupa? ¿Algún mendigo? No lo sé pero, al dar la vuelta para ver la trasera de aquel destartalado pabellón, comprobé que alguna ventana estaba protegida con rejas e incluso se veían cortinas y alguna ropa en un colgador.

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Ganó la parte imaginativa y me fui pero, no por donde había venido, eso hubiera sido lo fácil.
Me metí por un sendero que me llevó a un depósito de agua, decorado de una manera colorista en la que, sobre su fondo azul Bilbao, una niña, pájaros y flores alegraban aquel rincón.

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Unos minutos y unas fotos después seguí avanzando pero, algo llamó mi atención en el suelo. Eran piñas, me encantan las piñas. Hace años las pintaba con acuarelas en diferentes tonos.

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Continué camino hasta llegar a la parte de atrás del sanatorio actual. Volvía a la civilización.
La vista desde la delantera del actual centro hospitalario es muy relajante, por algo lo construyeron allá arriba, tan alejado de la ciudad, porque para tratar las enfermedades respiratorias que siempre se han tratado allí, el aire sano es fundamental.
Me crucé con muchas personas, que acudían al centro a visitar a sus familiares y amigos, mientras me dirigía al parking.
Montamos en el coche y salimos hacia la carretera por donde habíamos venido.
Al pasar por el antiguo sanatorio, donde acababa de estar unos minutos antes se me fue, inevitablemente, la vista hacia la derecha y mi imaginación voló a aquellos años en los que tantos bilbaínos ingresaban allí para curarse en un entorno privilegiado, rodeados de naturaleza y aire puro.
Ya en casa intenté averiguar datos sobre el lugar que acababa de visitar, pero ha sido en vano.
El edificio debió construirse en el año 1930 y he leído que se llamó Victoria Eugenia.
No puedo daros más información pero con gusto aceptaría cualquier cosa que me contéis.