EXORBITANTE PEDIDO

El bacalao, ese manjar que tan habitualmente, aparece en nuestros platos, fue, sin él quererlo, el protagonista de una de las anécdotas más conocidas de nuestra historia bilbaína.
Se cuenta que Simón Gurtubay Zubero, procedente de Yurre, se establece en Bilbao para dedicarse al negocio de importar bacaladas desde Escandinavia, pero siempre en pequeñas cantidades para que no fuesen advertidas por los inspectores de Hacienda de la época.
Si trataba de ser discreto desde luego no lo consiguió aquel día del año 1836, en el que envió un telegrama a su proveedor encargándole 100 o 120 bacaladas. Al escribirlo con números el que recogió el pedido entendió la o como un cero y, cuando el barco llegó al puerto de Bilbao, se dieron cuenta de que la carga era ni más ni menos de un millón ciento veinte unidades.

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Al verlo, Gurtubay, según cuentan, intentó suicidarse pero, pasado el susto inicial, se hizo cargo de todo y pagó, no sin dificultades, aquel enorme pedido.
Fue entonces cuando comenzó a gestionar la venta de la mercancía en Galicia y Asturias, pero resultó en vano, ya que Bilbao fue sitiada en la primera guerra carlista y no hubo manera de hacer negocios fuera de la villa.
Si bien aquello no le perjudicó en absoluto, ya que gracias a tanto bacalao, se alimentaron los bilbaínos, y él pudo amasar una verdadera fortuna de la venta de aquel pescado.
Lo que parecía una catástrofe, se convirtió en un negocio altamente lucrativo.
Por supuesto, nunca falta quien asegura que el comerciante sabía lo que hacía cuando escribió el telegrama, que lo tenía todo preparado. Eso es lo que opinan quienes ponían en duda diferentes datos que jamás se dieron como el nombre del proveedor, el nombre del barco, el lugar donde se ubicaron las bacaladas o cómo reaccionó Hacienda ante semejante operación de importación. Es impensable que, en el Bilbao de aquella época donde todos se conocían, esos datos nunca hayan salido a la luz.
El empresario llegó a cosechar muchos éxitos, entre ellos, el hecho de formar parte del Banco de Bilbao que, en esos tiempos, se estaba creando.
También donó sumas importantes de dinero al Hospital de Basurto y al Hospital de Igorre.
No sabemos si algún día se esclarecerá la verdadera historia, pero sí hay algo claro, y es que, gracias a aquel desorbitado pedido, muchos bilbaínos no pasaron hambre en aquellos duros años.

PD. La foto muestra a operarios descargando bacalao en la orilla de nuestra ría.