EL ROBLE DE ARBIETO

Hace doscientos años, los bilbaínos que buscaban disfrutar de la naturaleza se acercaban a la república o anteiglesia de Abando, a la zona donde actualmente se encuentran las calles Diputación, Gardoki o Astarloa, a sentarse sobre la hierba de alguna de sus campas bajo la sombra de sus numerosos árboles, mientras degustaban sabrosas tortillas, deliciosos embutidos y fresco txakolí. Así transcurrían las tardes de asueto con un espectador grande y silencioso que pasó a la historia bilbaína como el Árbol gordo o roble de Arbieto, tomando el nombre de la casa torre cercana a él.
Se cree que su origen se debe a las dos hileras de robles que fueron plantados cuando se construyó la iglesia San Vicente Mártir en Albia, para embellecer el camino y facilitar la sombra a todo aquel que se acercara hasta el templo religioso. Bajo sus ramas se organizaban reuniones vecinales en las que se dirimían diferentes cuestiones relativas a la convivencia. Fue testigo de encarnizadas luchas, diana de balas perdidas en algunas de las guerras carlistas y víctima de un fuego provocado por un grupo de mozalbetes, que casi termina con su existencia.

Afortunadamente, eran muchos los que cuidaban y amaban al roble Arbieto, como el escritor costumbrista, Antonio Trueba, que escribía sus cuentos bajo su protección.
En el invierno de 1881, con setecientos años de vida, comenzaba a estar muy deteriorado; por lo que el consistorio bilbaíno decidió que lo adecuado era talarlo y dejar paso al progreso. En su lugar, se barajó la idea de plantar un retoño. Finalmente, se instaló un largo y delgado farol alimentado con gas, que proyectaba una tenue luz de noche y de día. Con su tronco hubo quien propuso tallar un banco para las autoridades, pero la idea tampoco prosperó.

Esta es la historia del Árbol Gordo o roble de Arbieto. Pero, en nuestra villa, existieron más árboles famosos y queridos como el Tilo del Arenal, las palmeras de la Plaza Nueva o el encino de la Salve. Todos, ya desaparecidos del escenario bilbaíno, se mantienen en la memoria, en los textos y en el corazón de todos.

FOTO DEL BLOG DE CÉSAR ESTORNES