En cualquier ciudad, la tranquilidad y protección de sus habitantes son fundamentales para una buena convivencia; así lo pensaron también las autoridades de los siglos XVI y XVII cuando decidieron controlar la seguridad de nuestra villa.
Para ello se crearon varios puestos de “Cabo de calle”, encargados de conservar el orden de la villa tanto en seguridad como en higiene y en el mantenimiento de los edificios. Estos cabos eran respetados por toda la ciudadanía que acataba sin protestar lo que les indicaban. Para apoyar a estos profesionales en caso de necesidad, se creó la figura de “cuadrilleros”, contratados para vigilar que, durante las noches de viento, los vecinos fueran cuidadosos con la lumbre de los hogares con el fin de evitar incendios.
Cada día, a las 8 de la noche, las campanas de la Catedral de Santiago tañían marcando el toque de queda. En ese momento, las puertas de la villa se cerraban y se prohibía la entrada o la salida a sus habitantes o foráneos. El Alcalde era quien realizaba la primera ronda hasta la medianoche siendo sustituido por el preboste mayor de la villa. Se había establecido como norma que todo aquel que por la noche portara armas tales como: espadas, palos o cuchillos debería abonar una multa de hasta cinco mil maravedíes y, además, sería desterrado. Si alguno osaba meterse en peleas debía saber que le podría costar unos seiscientos maravedíes. Eso incluía bofetones o, en el caso de las mujeres, tirones de pelo, insultos o que se pusiera en entredicho sus bondades como madres. Estas eran las cantidades si no había sangre. En cambio, si alguno de los enzarzados en la pelea sangraba, la multa subía a setecientos cincuenta maravedíes.
No obstante, había dos delitos muchos más graves: mencionar a Dios en términos poco respetuosos o acudir a misa sin camisa. Aquellos eran castigados, incluso, con la cárcel. La blasfemia no se toleraba bajo ningún concepto y el delincuente era sometido a escarnio público; además de mantenerlo una temporada en prisión. Los robos por el día se penaban con quinientos maravedíes frente a los cien azotes si el delito se perpetraba por la noche.
A pesar de todas estas sanciones, los malhechores proliferaban en la villa de Bilbao. El trabajo se les acumulaba a los cabos de calle y la cárcel de Portal de Zamudio comenzó a quedarse vieja y pequeña, por lo que hubo de construirse otra en la calle Urazurrutia en el año 1683, donde fueron trasladados todos los presos.
FOTO EN BLANCO Y NEGRO: AUÑAMENDI EUSKO ENTZIKLOPEDIA
FOTO EN COLOR: LÁMINA DE FRANZ HOGENGBER DE 1575