ESCUELA DE HOSTELERIA MONTAÑO

Hace muchos años que por los pasillos, las aulas o el patio de este centro formativo no se oyen las risas y los gritos de los niños que, en el siglo pasado, cursaban la EGB; ahora son jóvenes con ganas de aprender una profesión los que ocupan estas reformadas instalaciones.
En los años setenta cientos de escolares acudían a diario a la escuela pública de la Vía Vieja de Lezama, llamada oficialmente Colegio Nacional Escultor Bernabé de Garamendi, pero conocido por todos como Colegio Montaño.
Poco a poco, el número de chavales decrecía; hasta que, finalmente, el colegio se cerró y hubo que ubicar a los que quedaban en otros centros de enseñanza.
Con el tiempo, se le dio otra salida a este edificio en las faldas del monte Artxanda: se reconvirtió en un centro de Formación Profesional para jóvenes que han terminado la ESO.
En la Escuela de Hostelería de Montaño, se imparten clases de cocina, pastelería, carnicería y gastronomía en general.

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Es la Kooperatiba Peñascal quien gestiona este centro de Formación Profesional, en el que muchos alumnos han obtenido su título con el que encontrar una salida laboral.
Desde hace varios años soy asidua a su comedor donde, por un precio ajustado, puedes degustar su magnífica cocina muy bien elaborada. También puedes adquirir sus dulces preparados para llevar.
Hace unos días, acompañada por la secretaria del centro y por uno de los profesores de cocina, realicé una incursión al interior de sus instalaciones.

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El primer lugar que visité fue la gran cocina donde, en ese momento, la actividad era trepidante; varios alumnos se afanaban con las truchas, mientras que otros, preparaban salsas.

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Mientras Sergio, el profesor, me explicaba diferentes detalles de las comidas que a diario preparan, los jóvenes estudiantes se acercaban con alguna consulta sobre los pasos a seguir en la elaboración de tal o cual plato.
De allí nos dirigimos a la sección de repostería donde, me contaron, que recogen encargos para fiestas; y, en estas fechas, las galletas para comuniones con la foto impresa del niño o niña homenajeado ese día, triunfan.

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Evidentemente, el éxito también es debido a los precios más asequibles que en cualquier pastelería al público.

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Mi mirada se detuvo en unas tartas Mascota que reposaban en unas grandes bandejas de acero inoxidable.

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“Son encargos también”, me aseguró el profesor.
Los croissants, recién hechos, me llamaban a gritos. Les pregunté a los alumnos si suelen caer en la tentación de comer algo de lo que habilidosamente cocinan y me aseguraron tajantemente que no.

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De la pastelería nos encaminamos a la carnicería donde no falta detalle para aprender todo lo referente a esta profesión. El local, completamente limpio, permanecía vacío en ese momento.

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Al mismo tiempo que algunos alumnos preparaban la comida para servir a los clientes en una hora, otros compañeros, se encontraban en las aulas recibiendo clases de materias como lengua o matemáticas.

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Nuestra cicerone, la secretaria, me llevó hasta el salón de actos que hace las veces, también, de gimnasio.

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Muchos pasillos, muchas aulas y muchos ventanales por los que divisar unas magníficas vistas a Bilbao o a las canchas de baloncesto y fútbol que todavía hoy las usan los alumnos.

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Había visto y paseado por todos los rincones de esta escuela de hostelería, solo me faltaba probar su comida, así que me dirigí al comedor donde se encontraba Enaitz Landaburu, otro de los profesores del centro.

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En ese momento no había ningún comensal, así que pude elegir mesa.

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Durante la comida observé la profesionalidad de estos jóvenes sirviendo y atendiendo a los clientes.
La trucha que yo había visto elaborar minutos antes estaba deliciosa, así como la ensalada y el goshua de postre.

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Todo había salido perfecto, como siempre que acudo a esta Escuela de Hostelería de Montaño.
Gracias a todos por vuestro tiempo y dedicación.
FOTOS: ANDONI RENTERIA