Hacer turismo con niños siempre es una oportunidad para descubrir, a través de sus ojos, rincones en los que tú nunca hubieras reparado. Ellos lo miran desde otra perspectiva, desde la inocencia, desde su imaginación, desde su creatividad, desde su niñez.
En este post os quiero presentar a Alba, una niña de doce años nacida en el Hospital de Cruces que reside en Bilbao porque, como ella dice con gracia: “Los de Bilbao nacemos donde queremos”.
Al igual que a otras niñas y niños de su edad a Alba le gusta divertirse con sus amigos, navegar por las redes sociales, acudir al cine… pero ella, además, tiene otras inquietudes: le encanta pasear por Bilbao, conocer su entorno y leer curiosidades de la villa. Es por eso por lo que decidí que Alba sería la persona adecuada para acompañarme en este recorrido por otro Bilbao, un Bilbao a su medida, un Bilbao a la medida de Alba.
Un reportaje así no se podía realizar en un solo día, ya que debíamos ajustarnos a sus horarios, a sus clases y a sus obligaciones.
Fueron varias las tardes que quedamos para charlar, tomar un refresco, reírnos, pasear y posar para Andoni, nuestro fotógrafo.
La primera tarde era un domingo lluvioso, por lo que decidimos visitar un lugar a cubierto que ella conoce bien: El Centro Comercial Zubiarte.
Alba suele venir con su madre de tiendas o al cine con sus amigas. Es muy presumida y le gusta comprarse ropa como a cualquier niña de su edad.
Paseamos observando escaparates y comentando las últimas tendencias de moda.
En el piso de arriba descubrimos un futbolín donde, con más entusiasmo que pericia, disfrutamos de un rato de risas.
Una hora después decidimos acercarnos a saludar a Melpómene, la musa de la tragedia, que se encuentra en el estanque del Museo de Bellas Artes y que fue creada en honor al compositor de música Juan Crisóstomo de Arriaga.
Hablamos sobre lo curioso del veto que las autoridades impusieron a esta escultura de Francisco Durrio por su desnudez y de como Enrique Barros hubo de crear otra musa en la misma pose pero vestida, para no sonrojar a la sociedad de hace más de sesenta años. Afortunadamente, las cosas cambiaron y ahora presumimos de dos musas del arte: esta del museo y la que adorna la fuente del paseo de Abandoibarra.
Me gusta charlar con Alba porque se interesa por todo lo que le explico de Bilbao, por la historia de nuestra ciudad y por aquellas anécdotas o curiosidades de las que nunca ha oído hablar debido a su juventud.
De camino hacia el Museo Guggenheim le conté que, hasta hace noventa años, en los terrenos que ahora ocupa el museo existió un cementerio inglés que, durante siglos, albergó las tumbas de los súbditos británicos que llegaron a Bilbao para trabajar en la producción de hierro.
Con cara de asombro me aseguró que jamás hubiera imaginado un camposanto debajo del moderno museo de titanio.
Ya en el interior, advertimos el ir y venir de cientos de turistas que, armados con audio guía, escuchaban atentamente todas las indicaciones sobre las obras de arte de esta famosa pinacoteca.
Los Tulipanes de Jeff Koons realizados en acero inoxidable fundido y terminado en colores brillantes siempre son protagonistas de las fotos de los turistas que se asoman a esta terraza encima del estanque.
La segunda tarde la pasamos en la Basílica de Begoña y, de allí, bajamos al Parque de Etxebarria.
Por el camino comentamos lo bonito que habían dejado este oasis después de haber derribado la fábrica de Echevarria, habiendo conservado una de sus chimeneas para el recuerdo.
Sin duda, convertir este solar en un parque fue un acierto que los vecinos de la zona agradecen.
¡Quién iba a pensar en los años 70 que aquella fábrica sucia y ruidosa daría paso a un amplio espacio con zonas verdes y deportivas donde a diario pasean muchos bilbainos!
Para el tercer día elegimos, como destino de nuestra excursión urbana, el Casco Viejo. Empezamos en los tinglados del Arenal donde le propuse montarnos en los columpios.
Al principio pensó que bromeaba, hasta que me vio decidida a subirme a un balancín. Entonces, Alba se unió al juego y disfrutamos de un rato muy divertido.
Con el teatro Arriaga de fondo me comentó que tenía muchas ganas de realizar una de esas visitas guiadas por el interior del teatro y que, próximamente, lo haría con su ama.
Minutos más tarde nos dirigimos hacia las fuentes cuyos chorros son unas simpáticas ranitas.
El kiosko del Arenal, realizado por Pedro Ispizua en estilo Art Nouveau, es uno de los lugares favoritos de mi pequeña amiga. Le llaman la atención sus famosas vidrieras de colores y bromeamos sobre el foso que lo rodea.
Ya entre calles, le fui contando cómo Bilbao estuvo rodeado por una muralla y le llevé a ver los restos en la calle Ronda, llamada así porque los vigilantes hacían la ronda para salvaguardar la vida de los bilbaínos que habitaban dentro de la muralla.
Delante de la Catedral, la fuente realizada por Luis Paret, es un buen sitio para posar ante la cámara.
Si hablamos de posar, en la plaza Unamuno, a los pies del busto del más universal de nuestros escritores, también se puede tomar una buena fotografía.
De repente, miré la hora y pensé en lo rápido que pasa el tiempo callejeando por nuestra villa y…hablando de tiempo. ¿Dónde hay un reloj muy grande en el Casco Viejo?
¡Pues si! En la plaza Nueva.
Accedimos a este lugar emblemático y siempre concurrido, por una de sus cinco entradas. En el centro, varias palomas quisieron jugar con Alba.
El reloj, le expliqué, se halla en la fachada de la sede de Euskaltzaindia, que también fue sede de la Diputación Foral de Bizkaia, antes de trasladarse al palacio que conocemos en la Gran Vía.
Y, para terminar, quisimos estrenar la nueva linea de metro inaugurada semanas atrás.
En la cuarta jornada de nuestra excursión por Bilbao fuimos a la Catedral; pero, esta vez, a la Catedral del fútbol.
Habíamos quedado a las seis en la gran explanada. Alba apareció ataviada con la camiseta del equipo de nuestros amores y con muchas ganas de pasar un buen rato de confidencias y de historias de la villa.
Durante estos días Alba elegía los sitios para visitar y yo proponía algunos otros. Estaba claro que la decisión de acercarnos a San Mamés era de las dos.
Cuando bajó del autobús, le pregunté por el examen que había tenido esa mañana; me aseguró con una gran sonrisa que le había salido muy bien.
Me encanta que me cuente lo que hace en el colegio, cuáles son sus asignaturas favoritas o qué tal lleva los exámenes. Así como me habla de sus amigas y amigos y de sus gustos tanto musicales como literarios.
Y, cambiando de tema, me confesó que su ídolo es Iker Muniain, al que ha visto en varias ocasiones en las calles del Botxo y con el que se ha fotografiado alguna vez.
En la cafetería, a través del cristal, observamos el campo con su hierba tan bien cortada y con las gradas vacías y en silencio. Nos sentamos a tomar un refresco para seguir charlando de nuestras cosas y, sobre todo, de nuestro Bilbao.
Ya fuera, nos tomamos una foto con la Catedral guardándonos la espalda mientras decidíamos dónde ir.
Entonces, se me ocurrió proponerle, dada la cercanía, una incursión al Museo Marítimo Ría de Bilbao. Nos encaminamos hacia allí por el paseo de Olabeaga, a orillas de la ría.
Por el camino le expliqué el origen del nombre de la gran grúa roja que preside la explanada del museo y que, como todos los bilbaínos sabemos, se llama Karola en honor a una joven que cada día cruzaba la ría en un bote para ir a trabajar; momento que aprovechaban los obreros de los astilleros para lanzarle algún piropo porque, según cuentan, era muy bella.
Ella me confesó que no conocía esa historia y que no le gusta mucho este icono del Museo Marítimo.
-¿Qué no te gusta? le pregunté asombrada.
Entre risas la amenacé con tirarla al agua.
Pero, finalmente, no cumplí la amenaza.
Ya dentro y, después de observar algunos objetos que nos cuentan la historia de nuestro mar, nos subimos a la réplica de una embarcación del siglo XVII que fue propiedad del Consulado de Bilbao y que surcaba la ría con gente importante relacionada con el comercio.
La falúa, como así se llama, es uno de los reclamos de este magnífico museo.
Mientras Andoni nos fotografiaba, Alba y yo imaginábamos cómo irían vestidas aquellas elegantes y adineradas damas para navegar por la ría.
Este museo ofrece la posibilidad de participar en los juegos y pruebas distribuidos por las diferentes salas donde, a la vez que te diviertes, adquieres conocimientos de náutica.
Antes de salir, Alba firmó en el libro de visitas como recuerdo del rato tan ameno que habíamos pasado.
El quinto día elegimos un lugar más fresquito ya que la temperatura había subido bastante.
El parque de Doña Casilda, más conocido como “de los patos”, es el lugar ideal para sentir la naturaleza sin salir del Botxo.
A esa hora de la tarde muchas familias con niños disfrutaban de un rato de ocio paseando, jugando o descansando en la hierba o en los numerosos bancos distribuidos por sus 85000 metros cuadrados.
El estanque es el centro del parque, donde todos nos acercamos a ver a los patos y a los cisnes que siempre nos piden, con sus graznidos, algo de comer.
Alba me contó que le gusta este parque por la gran cantidad de árboles que habitan aquí. Muchos de ellos llegaron de lejanos países, como el ombú en el que se fotografía, que proviene de Sudamérica.
Mientras atravesamos la pérgola, que se encuentra en la parte alta del parque, a Alba se le ocurrió que podíamos acercarnos a la Alhóndiga.
Dicho y hecho.
Por el camino comentamos que, actualmente, su nombre es Azkuna Zentroa, por el fallecido y tan querido alcalde de Bilbao.
Ella había leído que fue un antiguo almacén de vino y que hace unos años se reformó el edificio y se convirtió en este magnífico centro cultural y deportivo.
Entre las 43 columnas diseñadas por el italiano Lorenzo Baraldi, Alba eligió dos para fotografiarse con ellas, porque son las que más le gustan.
Pero, si hay algo que le llama la atención siempre que viene aquí, es la piscina del techo que te permite observar cómo nada la gente.
Salimos a la reformada plaza Arriquibar donde no hay nada que recuerde a aquella plaza con bancos donde una mujer con la mirada perdida tejía extravagantes sombreros. Una mujer a la que llamaban loca, pero… esa es otra historia.
Bilbao no es muy grande y habíamos visitado todos los rincones que Alba había propuesto. Sin embargo, nos faltaba uno muy importante; uno muy querido por los bilbaínos y que, según Alba, no hay que dejar de ver: Artxanda.
El monte Artxanda es un lugar de esparcimiento utilizado por los bilbaínos desde hace más de un siglo donde, incluso, se construyó un casino que fue destruido durante la Guerra Civil.
Es el lugar ideal para pasear, respirar aire limpio, comer unas rabas, tomar un refresco u observar la villa desde su mirador.
Existen muchas maneras de llegar hasta aquí pero, sin duda, la preferida por los niños, y no tan niños, es el “Funi”.
Este transporte centenario tarda tres minutos en hacer cumbre en los más de doscientos metros de altitud del monte.
La huella llamó su atención; me confesó que solo sabía que estaba relacionada con la guerra civil y me aseguró que buscaría más información en Internet.
Alba me explicó cómo su madre le había contado que de pequeña subía a patinar a Nogaro, la desaparecida pista de hielo.
Pero, no todo iba a ser historia, edificios, paseos, parques…también quise conocer sus gustos culinarios.
Alba es capaz de preparar platos sencillos que le enseña su madre. Las gildas, tan típicas, solo las come si no llevan guindilla; en eso coincidimos.
En cuanto a los dulces me habló de un establecimiento donde preparan unas deliciosas tartas y, por supuesto, no pone reparos a una carolina o a un pastel de arroz.
O, como se puede observar en la foto, un sabroso pintxo de Bilbao siempre es una buena opción.
Realmente y, después de tantas tardes de paseo y tan entretenidas charlas, puedo asegurar que ha sido una gran experiencia redescubrir Bilbao a través de los ojos de Alba; esos ojos que, desde el mirador, contemplan el presente, aprenden del pasado y se preguntan cómo será el futuro.
Muchas gracias Alba por compartir esta aventura conmigo. Espero que no sea la última.
FOTOS: ANDONI RENTERIA