UN LICOR MUY BILBAINO

Existen productos que por haberlos oído, visto o utilizado siempre, nos resultan tan conocidos que no se nos ocurre imaginar cuál es su origen, quién tuvo la idea.
En este post os hablaré de algo tan bilbaíno como el LICOR DEL POLO. Sí, amigos, es un producto imaginado, ideado y creado en nuestra villa.
Salustiano de Orive y Oteo nació en el pueblo riojano de Briones en el año 1842 en el seno de una familia de labradores. Siendo joven partió hacia Madrid para matricularse por libre en la Facultad de Farmacia, a la vez que trabajaba como repartidor de periódicos y telegrafista.


Un dolor de muelas le llevó a la consulta de un dentista quien le extrajo dos piezas y le cobró la cantidad de 38 reales. Cuentan que le dolió más esto último que el hecho de contar con dos dientes menos.
Fue entonces cuando decidió crear algún remedio para evitar que las piezas dentales se dañaran y, el lugar elegido para hacerlo fue, precisamente, Bilbao. Salustiano se instaló en la calle Ascao de nuestra villa en 1870 y abrió una farmacia donde comenzó a mezclar ingredientes naturales como el jengibre, la nuez moscada, el lirio o la pimienta negra, hasta que dio con un remedio al que bautizó como LICOR DEL POLO, en homenaje a su compañero de estudios Apolinar, al que siempre llamaban Polo. También influyó en el nombre el hecho de que varias plantas de la receta se utilizaban en el Polo Norte para combatir el escorbuto.

Cinco años más tarde de su llegada, Bilbao fue sitiada por los carlistas y él, que era muy consciente de la importancia de la publicidad, aprovechó la situación y proclamó a los cuatro vientos que su producto milagroso era “El licor de los bombardeos”, afirmación que caló hondo entre los bilbaínos.
No hay duda de que el elixir se vendía muy bien porque era mejor que los existentes hasta aquel momento y cuyas fórmulas se empezaba a sospechar que dañaban el esmalte de los dientes. Pero, de lo que tampoco hay duda, es que el riojano era un gran innovador en temas publicitarios, consiguiendo que en 1877 se vendiera su producto en treinta y ocho ciudades.

 

Cosechó muchos éxitos y premios con este colutorio
Dado el volumen que alcanzó la producción necesitó más espacio y tuvo que trasladarse primero a Llodio y después a Deusto.
No solo demostró ser un buen profesional creando el famoso colutorio, sino que supo ver las grandes posibilidades de venta con una buena publicidad y la originalidad de sus slogans en forma de versos que se imprimían en los periódicos de la época.
Salustiano se casó con Vicenta Ontiveros con la que tuvo cinco hijos. Tuvo otro hijo fuera del matrimonio quien heredó toda su fortuna, ya que con los primeros vástagos la relación no era muy fluida y se decía que solo deseaban su dinero. La herencia se revocó años después de fallecer Salustiano.
Pero, volviendo a los productos de aquel farmacéutico, cabe destacar que también comercializó colonia, jabón y polvos de talco. En la fábrica de Deusto sus trabajadores estaban muy bien considerados y él les construyó viviendas a las que instaló luz y agua potable, algo novedoso en aquellos tiempos.

Pero no todo fueron luces, también hubo sombras en la vida de Salustiano. La competencia era muy fuerte y se reflejaba en los anuncios en prensa con frases y calumnias entre unos y otros.
El riojano les acusó de haber plagiado su fórmula y los competidores le denunciaron por presentar pruebas falsas, lo que le llevó a ser desterrado de Bilbao y se refugió en su Rioja natal donde falleció en 1913.
Siete años más tarde la firma creó el jarabe Orive como remedio para la tos.
Como empresa innovadora siguió creando productos como el dentífrico en crema en un tubo en el año 1960 y con dos sabores: el normal y el de clorofila.
Desde 1992 la firma LICOR DEL POLO fue absorbida por la multinacional HENKEL en su filial española HENKEL IBÉRICA.
Quizá la próxima vez que vayáis a comprar estos productos de higiene dental os acordéis de aquel riojano que estudió Farmacia en Madrid y fundó su empresa en nuestra querida villa.

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EL CÓLERA EN LA VILLA DE BILBAO

Una epidemia de cólera puede ser devastadora en cualquier sociedad pero, sobre todo, en las más desfavorecidas, en las que la falta de higiene y de hábitos saludables puede llegar a terminar con la población.
En Bilbao tampoco nos hemos librado de esta terrible plaga.
Era verano, concretamente agosto del año 1834 cuando el cólera llegó a las calles de Bilbao, a las casas, a las familias.
La población de Bilbao se había visto aumentada por soldados y por los refugiados que llegaban a la villa buscando protección. Bilbao se encontraba sitiada en plena guerra carlista. El abastecimiento de los artículos de primera necesidad era muy difícil y eso contribuyó a que se extendiera el cólera.
Hacía ya dos años que el Ayuntamiento de la villa estaba realizando acciones en previsión de que los bilbaínos se vieran invadidos por esta peste. Se contrataron más barrenderos para mantener las calles limpias y se retiraron los cubos de basura sustituyéndolos por una barcaza en la ría donde arrojar los residuos de los vecinos y, de ahí, tirarlas al agua ría abajo.
Cuando ya era inevitable y el cólera se expandía, se tomaron unas medidas tales como poner vigilancia en las entradas a la villa y adecuar en Zorroza un lazareto para alojar a las personas que podían estar infectadas y que pasaran allí la cuarentena antes de entrar en Bilbao.
En la calle Ronda se habilitó un hospital específico para contagiados de cólera. También en el convento de la Encarnación ingresaron a decenas de afectados.
Además, se organizó un reparto de alimentos y ropa y se realizó una suscripción popular para recaudar fondos para los gastos que todas estas iniciativas suponían. Se prohibieron las concentraciones grandes de gente como duelos o funerales multitudinarios.
En tres meses hubo novecientos setenta y cinco fallecidos en Bilbao, Abando y Begoña; nueve veces más de lo que era habitual en aquella época.
Las mujeres mayores fueron las más afectadas. También la enfermedad la padecieron médicos, concejales y hasta el alcalde.
Cuando se dio por finalizada la pandemia los bilbaínos entonaron agradecidos Te Deum en las iglesias de Santiago, Abando y Begoña.
Veintiún años después, en el Hospital de Atxuri, se desató otro brote con cuatro personas fallecidas inicialmente. Los médicos eran reticentes a declarar epidemia de cólera. Pasaban los días y los casos empezaban a ser más frecuentes.
El personal sanitario comenzó a quejarse y a manifestar que, por falta de un hospital especializado en cólera, debían ingresar a estos pacientes junto a los de enfermedades comunes, lo que provocaba un contagio masivo.
El Gobernador Civil visitó el centro sanitario de Atxuri para realizar un informe de la situación, ya que los rumores daban unas cifras mucho más alarmantes que las que eran realmente.
La cárcel de Larrinaga y la Casa de la Misericordia, que ya habían sufrido las consecuencias de otras epidemias, recibieron por parte del Ayuntamiento unas estrictas órdenes de precaución e higiene; lo que les salvó de contagio.
Era muy difícil contabilizar la cifra de afectados porque el personal sanitario no daba abasto para tratar a los enfermos y realizar estadísticas. Había casos de afectados con diarrea leve a la que llamaron “colerina” y que no necesitaba tratamiento médico. Pero, se cree que un tercio de los bilbaínos de la época sufrió algún tipo de esta afección.
Y, como en la anterior epidemia, las mujeres mayores y los menores fueron los más afectados; así como enfermeras y trabajadores de los hospitales de Atxuri y San Francisco.

No faltaron en aquellos días las plegarias y las misas para rogar por los fallecidos y pedir a la “amatxu” de Begoña que terminara con la devastadora plaga.
El Ayuntamiento convocó una procesión con la imagen de la virgen por las calles de la villa, recuerdo que quedó plasmado en un cuadro que se puede ver en el interior de la basílica.
El 30 de septiembre de 1855 se declaró terminada la epidemia en un pleno del Ayuntamiento de Bilbao y se procedió a reducir el personal sanitario y los centros de socorro.

COLEGIO DE CIEGOS Y SORDOS

A finales del siglo XIX proliferaron las instituciones benéficas en Bilbao. Así surgieron La Maternidad, el Hospital de Basurto, la Misericordia, el Asilo de Huérfanos… y el Colegio de Sordos y Ciegos.
Gabriel María de Ybarra fue quien impulsó este proyecto benéfico y, para ello, mandó construir este centro educativo destinado a la formación de personas con dificultades de audición y de visión.
En Deusto, cerca de Ibarrekolanda, en los terrenos del conde de Zubiria se colocó la primera piedra en el mes de marzo de 1894 con el arquitecto Luis Basterra al mando. Aquel día fue una fiesta en la anteiglesia de Deusto en la que se interpretaron varias canciones populares como el Gernikako arbola.
Al acto asistieron las personalidades políticas del momento, con el Alcalde a la cabeza, y no faltaron los fuegos de artificio y mucha alegría.
Desgraciadamente hubo que parar las obras por falta de recursos, para comenzarlos de nuevo en mayo de 1902 siendo el arquitecto José María Basterra quien tomó el relevo. Y, por segunda vez, se interrumpieron las obras por el mismo motivo; hasta que seis años más tarde vuelven los trabajos con la dirección del arquitecto Ricardo Bastida y, por fin, fue posible su inauguración en el año 1909.
Los costes corrieron a cargo del Ayuntamiento de Bilbao, la Diputación de Bizkaia y varios particulares que donaron su dinero, implicándose, así, en este proyecto benéfico considerado uno de los mejores de España en esta especialidad.


Un edificio principal, dos pabellones en ambos laterales y otro más por la parte trasera, formaban este colegio al que no le faltaba de nada; ya que disponía de servicios de lavandería, médicos, depósito de víveres y demás prestaciones necesarias para la atención de los miles de personas que pasaron por sus aulas.
El personal docente estaba compuesto por cuatro profesores y dos auxiliares; además, las hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl eran las encargadas de enseñar a las niñas tareas como costura, plancha y cocina.
La labor educativa era prioritaria, adaptando los procedimientos pedagógicos a cada alumno.
A mediados de los años sesenta, con la construcción del canal de Deusto, sufrió un deterioro que, poco tiempo después, terminó con la desaparición de aquel centro educativo.
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