UN PALOMAR SINGULAR

A todos nos gusta pasear por El Arenal, observar los plátanos, los tilos, sentarnos en un banco e imaginar cómo fueron otros tiempos pasados.

Hace 90 años se construyó a pocos metros del kiosko que, hacía dos años que era escenario de melodías, un palomar de estilo modernista con una alta torre que le hacía visible desde cualquier punto del famoso paseo bilbaino.

En Bilbao hacemos gala de elegancia hasta con el alojamiento de las colúmbidas.

Por orden del Ayuntamiento, regido en ese momento por Federico Moyua, el arquitecto Pedro Ispizua diseñó esta singular residencia que costó a las arcas municipales 9400 pesetas.

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A los bilbainos de la época les entusiasmó la idea de que sus palomas se alojaran en tan distinguida residencia y dejaran de revolotear sin orden ni concierto con las molestias que eso ocasionaba.

El problema surgió cuando se dieron cuenta de que las inquilinas no habían hecho ni caso a aquella mansión que debia ser su hogar y seguían reposando en las cornisas de los edificios del entorno ensuciando todo y a todos.

Afortunadamente llegó el salvador, el que iba a resolver la situación. Carlos Hainovich  era un comerciante de impermeables de la calle San Francisco originario de Austria que acostumbraba a pasear por El Arenal todos los días a la misma hora y con la misma rutina: proveer de sustento a estas díscolas aves.

Según los cronistas de entonces, era todo un espectáculo ver al empresario rodeado de cientos de palomas.

Día tras día se iba ganando su confianza hasta que se le ocurrió depositar la comida frente al “Pichón palace”, como lo bautizó un artista txirene de origen madrileño que residía en la villa.

Las palomas poco a poco se iban acercando cada vez más al palomar hasta que penetraron en él para regocijo del alcalde, concejales y demás bilbainos que preocupados por su falta de uso comenzaban a platearse su utilidad.

Finalmente, este templo del paisaje bilbaino, fue derribado en la década de los cuarenta debido a la suciedad acumulada de los excrementos de sus habitantes.

Así somos en Bilbao: si algo está sucio se derriba.