PRESENTACIÓN DE ELAIA EN SOCIEDAD

Ayer, doce de diciembre de 2022, quedará grabado en mi memoria y, sobre todo, en mi corazón para siempre. Ayer fue el día elegido para presentar en sociedad mi nuevo libro ELAIA Y LAS ESCULTURAS DE BILBAO.

A las seis y media comenzaron a llegar los primeros amigos y lectores. Poco a poco fueron tomando asiento mientras se saludaban entre ellos y me deseaban buena suerte a mí.

Minutos más tarde entraron, en el salón de actos de la biblioteca de Bidebarrieta, los concejales del Ayuntamiento de Bilbao: Yolanda Diez, Nora Abete, Itziar Urtasun, Xabier Ochandiano y Gonzalo Olabarria, concejal de Cultura quien presentó el acto desde la tarima, junto con José Ángel Medina, editor del libro.

Fueron varios los medios de comunicación que acudieron a la convocatoria, entre ellos Telebilbao con mi admirado amigo, el presentador Joseba Solozabal quien me entrevistó unos minutos antes para su programa LA KAPITAL.

Gonzalo Olabarria saludó a los asistentes y explicó cómo el Ayuntamiento de Bilbao ideó el Plan Aurrera con el objetivo de ayudar al sector cultural durante la pandemia y cómo ELAIA Y LAS ESCULTURAS DE BILBAO ha sido uno de los proyectos elegidos dentro del apartado de literatura.

Tras él, José Ángel Medina, editor de INCOBI, ofreció detalles sobre el proyecto y agradeció la colaboración institucional.

A partir de ese momento y ya de pie, arrancó mi presentación que, tras los agradecimientos debidos, fue interrumpida por un don Miguel de Unamuno que no quiso perderse la tertulia literaria, como él aseguró. Fue una actuación magistral por parte del actor y director teatral, Kepa Gallego, que no dudó ni un segundo en prestarse a poner voz al bilbaíno más universal cuando yo se lo pedí.

Escondido en un lugar del salón, el ficticio don Miguel, alabó el libro, la villa que le vio nacer y mantuvo una pequeña conversación conmigo mientras el público se asombraba primero y se divertía, después, con la pequeña broma. Al finalizar «la charla», se acercó a darme un abrazo mientras todos aplaudían su magnífica interpretación.

Con “don Miguel” en su asiento, yo continué con la presentación, explicando cómo se me ocurrió la idea, cómo se la propuse a mi editor y cómo, poco a poco, fue tomando forma en cuanto a los textos y a las preciosas imágenes tomadas por Andoni Renteria; así como con los dibujos de la ilustradora Irati Otxoa.

Hubo varias personas que quisieron intervenir con sus comentarios, preguntas o, incluso, con sus respuestas a las cuestiones que yo planteé.

En sus caras pude observar respeto, atención y mucho cariño.

Tras casi una hora y un gran aplauso, me senté en el atril que el equipo de la biblioteca había dispuesto para mí, con la intención de firmar los ejemplares que habían adquirido los lectores y amigos quienes formaron una cola en la que esperaron su turno con mucha paciencia que, desde este humilde post, quiero agradecerles.

Son muchas las fotos que Andoni Renteria sacó de una maravillosa y emotiva tarde, que os dejo aquí.

Os dejo también, el video grabado por la propia biblioteca de Bidebarrieta que lo transmitió en streaming.

Una vez más solo puedo deciros:
MILA ESKER, GUZTIOI!
¡MUCHAS GRACIAS A TODOS!

EL ROBLE DE ARBIETO

Hace doscientos años, los bilbaínos que buscaban disfrutar de la naturaleza se acercaban a la república o anteiglesia de Abando, a la zona donde actualmente se encuentran las calles Diputación, Gardoki o Astarloa, a sentarse sobre la hierba de alguna de sus campas bajo la sombra de sus numerosos árboles, mientras degustaban sabrosas tortillas, deliciosos embutidos y fresco txakolí. Así transcurrían las tardes de asueto con un espectador grande y silencioso que pasó a la historia bilbaína como el Árbol gordo o roble de Arbieto, tomando el nombre de la casa torre cercana a él.
Se cree que su origen se debe a las dos hileras de robles que fueron plantados cuando se construyó la iglesia San Vicente Mártir en Albia, para embellecer el camino y facilitar la sombra a todo aquel que se acercara hasta el templo religioso. Bajo sus ramas se organizaban reuniones vecinales en las que se dirimían diferentes cuestiones relativas a la convivencia. Fue testigo de encarnizadas luchas, diana de balas perdidas en algunas de las guerras carlistas y víctima de un fuego provocado por un grupo de mozalbetes, que casi termina con su existencia.

Afortunadamente, eran muchos los que cuidaban y amaban al roble Arbieto, como el escritor costumbrista, Antonio Trueba, que escribía sus cuentos bajo su protección.
En el invierno de 1881, con setecientos años de vida, comenzaba a estar muy deteriorado; por lo que el consistorio bilbaíno decidió que lo adecuado era talarlo y dejar paso al progreso. En su lugar, se barajó la idea de plantar un retoño. Finalmente, se instaló un largo y delgado farol alimentado con gas, que proyectaba una tenue luz de noche y de día. Con su tronco hubo quien propuso tallar un banco para las autoridades, pero la idea tampoco prosperó.

Esta es la historia del Árbol Gordo o roble de Arbieto. Pero, en nuestra villa, existieron más árboles famosos y queridos como el Tilo del Arenal, las palmeras de la Plaza Nueva o el encino de la Salve. Todos, ya desaparecidos del escenario bilbaíno, se mantienen en la memoria, en los textos y en el corazón de todos.

FOTO DEL BLOG DE CÉSAR ESTORNES

ALGUNOS OFICIOS DE LAS BILBAINAS DE ANTAÑO

Muchos son los oficios que han desempeñado las bilbaínas a lo largo de la historia de la villa y, algunos, nos sorprenden en la actualidad por sus asombrosas características.

En el año 1566 uno de los más habituales del que hay constancia, era el de criadas. El Ayuntamiento aseguraba que había muchas mujeres «públicas» y sin hijos, por ello decretó un castigo de 200 azotes a las que no estuvieran sirviendo o casadas. Según esta ordenanza, parece ser que las mujeres solteras no gozaban de respeto por parte de la sociedad; ya que si no servían en una familia consideraban que se dedicaban a ejercer la prostitución. A finales del siglo XIX, treinta y cuatro de cada cien mujeres bilbaínas eran empleadas domésticas.

Otro oficio muy extendido y, utilizado por quien podía permitírselo, era el de las nodrizas también llamadas añas o amas de cría. A lo largo de los siglos estas mujeres amamantaron a innumerables bebés ajenos hijos de trabajadoras, madres solteras, prostitutas o elegantes damas. Existía un organismo municipal llamado Beneficencia Domiciliaria que contrataba a las nodrizas para que atendieran a los lactantes de familias sin recursos, quienes estaban obligadas a presentarse una vez al mes en las dependencias municipales para comprobar el buen estado de salud de los infantes. Las nodrizas cobraban por este servicio 25 pesetas mensuales.

Las beatas o freylas eran unas mujeres que organizaban los actos sociales de la villa como procesiones, matrimonios, nacimientos o funerales; además de ser las encargadas de mantener las iglesias en perfectas condiciones. Poco a poco fueron desapareciendo ya que comenzaron a acusarlas de mala vida y de lucrarse ilegalmente. A finales del siglo XVI aquellas freylas fueron sustituidas por los sacristanes.

Pero no todo eran trabajos considerados femeninos. Existieron, por ejemplo, las obreras de la construcción que lo mismo participaban en la edificación de la nueva sacristía de la iglesia de San Antón como se afanaban para reconstruir la villa tras cada “aguaduchu” o rellenando la zona del Arenal que, entonces, era una especie de marisma. El consistorio bilbaíno promulgó un mandato en el que exigía la colaboración de las mujeres de la villa para construir un muelle nuevo y evitar, así, las continuas inundaciones. Muchas féminas no estuvieron de acuerdo con el ejercicio de aquella dura labor y fueron sancionadas con una multa.

Estos son, solo, algunos de los oficios que las bilbaínas ejercieron voluntariamente o no; pero hubo muchos más.

(FOTO: BILBAOPEDIA)