EL CASINO DE ARTXANDA

En la primera década del siglo XX los bilbaínos apreciaban el ocio y la diversión tanto como los de este siglo. Les gustaban las fiestas, las reuniones de amigos y subir a los diferentes montes que rodean la villa. Uno de esos lugares donde disfrutaban y respiraban un aire más sano que el del centro de la villa, era el monte Artxanda.
La inauguración del funicular en octubre de 1915 fue un gran acontecimiento celebrado por todos, ya que facilitaba el acceso a la cumbre en apenas tres minutos.
A pocos metros de la estación, un majestuoso edificio observaba Bilbao desde las alturas. Se trataba del Casino de Artxanda; construido en la misma época que el funicular para uso de los bilbaínos era sinónimo del lujo y del buen vivir.
Fue escenario de grandes acontecimientos públicos y privados y, aunque pudiera parecer lo contrario, no era exclusivo de las clases sociales altas; cualquier ciudadano podía acceder a sus instalaciones y participar de sus variadas actividades. Muchas damas acudían a tomar el té sentadas en sus coquetas mesas, mientras los hombres se entretenían con sus interminables partidas de cartas.

Entre sus paredes se daban cita diversas asociaciones culturales, asociaciones de trabajadores, políticas o sociales que lo elegían por su amplitud y su buena mesa. Una gran galería acristalada servía tanto de comedor como de pista de baile; incluso se realizaban exhibiciones deportivas como la esgrima.
Diferentes gremios de trabajadores como el de las modistas o el de los conductores, no dudaron en celebrar allí sus festividades. También fueron muy habituales los homenajes literarios y las romerías.
En su exterior contaba con una pista de patinaje única en Bilbao que se ha mantenido hasta nuestros días; y que, el Ayuntamiento hace unos años, cubrió con un techo para que los bilbaínos pudiéramos practicar este deporte sin preocuparnos por la habitual lluvia.
Pero, el fabuloso y lúdico edificio se vino abajo por efecto de las bombas arrojadas durante la Guerra Civil y nunca más se reconstruyó. Solo nos quedan imágenes en blanco y negro que, al verlas, nos hacen imaginar cómo se divertían los bilbaínos en su interior.

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TRAMPOSOS EN LA SOCIEDAD BILBAINA

Esta historia sucedió hace cien años en nuestra villa, pero bien podía ser una noticia actual, ya que, desgraciadamente, la picaresca y los robos continúan en nuestros días.
Junio de 1918 es la fecha en la que sucedieron los hechos que os voy a relatar.
Desde Madrid llegó a Bilbao un elegante militar ya retirado que, enseguida, comenzó una relación de amistad y, posiblemente, de engaño con un político del Ayuntamiento de la villa.
Aquel misterioso caballero se paseaba por las calles de Bilbao elegantemente vestido y con ademanes correctos y educados, como suelen ser los embaucadores profesionales.
Observó que existía un club donde se daban cita los más importantes hombres de la ciudad: la Sociedad Bilbaina.


Para ser un miembro más debía solicitar su ingreso, como así hizo, y mostrar sus credenciales. Desde la sociedad se pidieron informes a Madrid donde les garantizaron que se trataba de un coronel retirado que había pertenecido a otras sociedades de la capital del país y que su comportamiento era intachable.
Con esas referencias, la junta directiva de esta sociedad bilbaína, admitió al militar sin dudarlo.
Días más tarde reservó una habitación en el edificio sede de la Sociedad Bilbaina para alojarse con un supuesto amigo que, por su aspecto, parecía no tener mucho en común con el nuevo socio. Aquel hombre, de origen francés, baja estatura y cara de pocos amigos, no era del agrado del resto de miembros y no entendían qué hacía con el militar retirado al que consideraban un verdadero caballero.
Aquellos dos hombres tan diferentes entre sí estaban tramando un plan para robar el dinero del casino situado en el propio edificio. Para ello no dudaron en sobornar a uno de los serenos que vigilaba por la noche y a un croupier que fue quien les facilitó la llave para acceder al salón de juego.
Cuando ya habían organizado toda la trama, una noche, desde su habitación se encaminaron a la zona de juego portando varias herramientas con las que manipularon la ruleta, de tal forma que la bolita siempre les daría beneficios en sus jugadas.
Así estuvieron unos días y todo iba sobre ruedas, hasta que el sereno que había sido sobornado, preso de un gran remordimiento, decidió confesar la fechoría a la junta directiva de la Sociedad.
El Presidente y varios policías entraron en la habitación donde estaban los dos golfos preparados para llevar a cabo, una vez más, el truco de la ruleta manipulada.
La pareja de delincuentes fue detenida y, por el bien de la Sociedad, se decidió no contar nada para que la prensa no se enterara y quedara perjudicada la imagen de esta sociedad ya que el juego estaba prohibido.
Desgraciadamente, ocurrió justo lo contrario: Se enteró todo el mundo y dieron mucho que hablar a todos los ciudadanos de la villa y a la prensa.
En cuanto a la cantidad robada nunca se supo la verdad, ya que la Sociedad aseguraba que no habían perdido ni una sola peseta y, sin embargo, en la calle se barajaban cifras que oscilaban entre las 70 000 y las 300 000.
Esa duda jamás ha sido resuelta.

FOTO: INTERNET, firmada por Espiga.