JÓVENES CAMPEONAS

Corría la década de los sesenta del siglo pasado cuando unas jóvenes estudiantes hicieron historia jugando al baloncesto. Aquellas chicas eran alumnas del desaparecido colegio del Sagrado Corazón de Jesús de Bilbao situado en la Gran Vía.

Merche, Sofía, Vicky o Mon fueron algunas de las adolescentes que pasaban más horas juntas que con sus familias; ya que, además de las horas lectivas, entrenaban a diario e, incluso, dedicaban el tiempo del recreo a su afición favorita: el baloncesto, deporte que les inculcó la madre Tinao, una de las monjas del colegio. Ellas se lo tomaban como una diversión, además de una oportunidad para saltarse alguna clase que no les gustaba.
Pero si hubo algo que no les agradaba era la ropa. Ellas solicitaban jugar con faldas cortas pero, las circunstancias y el recato de la época les obligaban a jugar con bombachos. No solo la indumentaria ha cambiado desde entonces; los balones, fabricados en cuero, no botaban cuando se mojaban con la lluvia, algo muy habitual en Bilbao.

A pesar de su juventud eran muy duras y, cuando se caían o se hacían daño, ellas mismas se curaban y seguían jugando. Sus entrenamientos eran muy divertidos dentro de la seriedad con la que se los tomaban. En los partidos lo más importante era puntuar, hiciera quien lo hiciera. No había estrellas, solo compañeras y, sobre todo, amigas. Se conocían tan bien que sabían cómo sería la jugada de la compañera sin apenas mirarla. Algunos de sus rivales eran los equipos de los colegios de las Esclavas, Irlandesas o el Veracruz.

En el año 1964 todas las componentes del equipo y su entrenador viajaron hasta Manchester donde fueron convocadas para jugar el campeonato que la Federación Internacional de Estudiantes de Escuelas Católicas (FISEC) organizaba cada año para conjuntos escolares de toda Europa. Hasta allí fueron costeándose el viaje de su bolsillo. Desde la ciudad francesa de Calais cruzaron a Inglaterra en el ferry y, ya de noche, entraron en una ciudad desconocida para ellas. Al día siguiente disputaron su primer partido y, tras unos cuantos encuentros más, levantaron el trofeo que les otorgaba el título de campeonas. Ellas no lo imaginaban pero empezaban a ser historia deportiva de la villa de Bilbao.

Dos años más tarde levantaron la misma copa, esta vez en Madrid frente a seiscientos grupos nacionales. A partir de ese momento y, con algunas jugadoras en su mayoría de edad realizando estudios universitarios, el equipo se fragmentó y terminó por desaparecer. Sin embargo, en la memoria queda aquel patio del colegio donde se forjó un gran conjunto femenino y unas grandes amistades.

(Foto de las jóvenes campeonas cogida de Internet)

EL CARGADERO

En el siglo XIX el aspecto de la ría de Bilbao no era como la conocemos actualmente. Había elementos que ya no existen, como el cargadero de Olabeaga.
Para muchos barcos que subían la ría para descargar el género, era difícil atracar en el Arenal; por lo que lo hacían unos kilómetros antes de llegar.
Las mujeres jugaban un papel fundamental en aquella tarea; tanto las sirgueras, quienes atadas a una cuerda acercaban la gabarra al muelle, como las cargueras que acarreaban los productos, generalmente mineral de hierro.
Con el objetivo de dar servicio a las varias minas del entorno la compañía ferroviaria construyó en 1894 un cargadero; de tal manera que el mineral llegaba en tren desde las minas Morro, Josefa, San Luis, María La Chica y Abandonada hasta los muelles de Olabeaga.
La construcción, la primera que se llevó a cabo, se trató de un espigón de madera colocado en perpendicular al muelle y que sobresalía unos seis metros del camino de las sirgueras por encima de las aguas de la ría. Se sujetaba con unas maderas clavadas en el fondo de la ría y en el muelle. Se formaba de dos plataformas: la más pequeña era para los empleados y la grande disponía de raíles para que las vagonetas con el mineral llegaran hasta el final, volcaran la mercancía y se deslizara por una tolva a la bodega del barco.


Este cargadero fue sustituido por uno de hormigón en la segunda década del siglo pasado; a la vez se cambiaron las vagonetas por unas cintas transportadoras que facilitaron el trabajo y aumentaron la capacidad de carga.
Cuando se creó el puerto exterior de Bilbao ya no tenía sentido el cargadero y ya hace varias décadas que desapareció. Solo nos queda el recuerdo en imágenes en blanco y negro como la que ilustra este texto.
Foto fechada en 1932 y propiedad de la Autoridad Portuaria de Bilbao.

UNA FALSA ALARMA DESEMBOCÓ EN TRAGEDIA

La tarde del 24 de noviembre de 1912 fue, sin duda, una de las más trágicas de la historia de nuestra villa. Una tarde que, después de tantos años, seguimos hablando de ella con tristeza e incomprensión.
A principios del siglo pasado no había tantas posibilidades de ocio como disfrutamos actualmente y el Teatro Circo del Ensanche era un lugar donde evadirse de los problemas, donde reír, llorar, soñar o dejar volar la imaginación viendo una de aquellas películas que se proyectaban en este local construido en madera en el año 1895 y que se encontraba en la Gran Vía no muy lejos de la actual plaza Moyua.
Era un lugar de encuentro para todo aquel bilbaíno que le gustaban los espectáculos modernos y las tecnologías que, poco a poco, iban llegando a Bilbao. Aquella sala había albergado, también, espectáculos circenses e, incluso, deportivos. Pero, en aquella época se dedicaba únicamente a la exhibición de películas en sesión continua desde las tres de la tarde hasta las doce de la noche, al económico precio de 10 céntimos; lo cual era un aliciente más para atraer al público infantil.


Esa fría tarde, el salón rebosaba de gente ansiosa por ver el film italiano titulado “¿Quién ha robado el millón?”
Pasaban unos minutos de las seis cuando se oyó una voz (algunos dicen que femenina) que gritó ¡¡FUEGO!! Una de las hipótesis que se barajó es la de que una mujer estaba siendo acosada por un hombre en la galería alta y por eso gritó.
Esa voz de alarma se extendió como la pólvora por toda la sala, la gente corría sin control, desesperados, dirigiéndose a una de las tres salidas. Los mayores pisoteaban a los más pequeños, los gritos eran desgarradores. Un grupo de guardias que se encontraban allí intentaron tranquilizar a la multitud pero fue imposible. Los supervivientes declararon a los medios, días más tarde, que fue un infierno.
La confusión y el pánico se apoderaron de todos los asistentes. Dos de las tres salidas permanecían cerradas y, entre varios hombres, lograron tirarlas abajo. Ya en la calle, el caos crecía. Alguien alertó a los bomberos que se presentaron con sus innecesarias mangueras.
Por fin, pudieron salir y a los heridos evacuarlos a las Casas de Socorro y al hospital de Basurto. El drama comenzó cuando los padres se acercaban a los centros de salud en busca de sus hijos para verificar si estaban vivos o muertos.
Desde Garellano se enviaron a muchos soldados para ayudar; los propietarios de coches los usaron para ayudar en el desplazamiento de las víctimas, las tabernas de la zona se convirtieron en improvisadas salas de curas. Pero, aquello no impidió que esa misma noche el balance fuera de cuarenta y dos niños fallecidos y dos adultos. Al día siguiente perdieron la vida otros dos pequeños.
El Alcalde, Federico Moyua, junto a su equipo municipal convocó un pleno extraordinario esa misma noche que terminó de madrugada, donde se acordó sufragar los gastos de los funerales y traslados hasta el camposanto de Vista Alegre en Derio y construir un gran mausoleo. El funeral se ofició en la Catedral de Santiago.
Tres días después de la tragedia, la comitiva fúnebre salió desde la Casilla hasta el ferrocarril de Lezama. Cuarenta y cuatro féretros blancos y dos negros desfilaron bajo las tristes miradas de cuarenta mil bilbaínos que quisieron acompañar en el duelo a aquellas destrozadas familias.


Se escucharon gritos y llantos de dolor durante todo el recorrido, también hubo muchos desmayos.
El Teatro Circo del Ensanche fue demolido en 1914 por orden del Gobernador Civil. La investigación realizada concluyó que el local no cumplía las normas de seguridad y que había más personas de las permitidas en aquel momento, pero jamás se llegó a saber quién dio aquella falsa voz de alarma.
En 1916, con el patrocinio del Ayuntamiento de Bilbao, se erigió un imponente mausoleo cubriendo la fosa donde reposan los cuarenta y seis fallecidos. Varios arquitectos municipales fueron los encargados del proyecto que realizaron los alumnos de la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao.


Actualmente, es uno de los rincones emblemáticos del cementerio de Vista Alegre.
Las fotos las he tomado de INTERNET.