RESTAURANTE EL AMPARO

En Bilbao nunca han faltado establecimientos donde se comiera bien; algunos han gozado de mejor y mayor fama y otros han pasado, por la historia gastronómica de la villa, casi de puntillas. El Amparo fue considerado un templo de la gastronomía, según los escritos de la época.

Todo comienza cuando Sebastián Azcaray y Felipa de Eguileor abrieron una taberna en la planta baja de una casa situada en la calle Concepción número 11, muy cerca del puente de Cantalojas. Al crecer el negocio, en 1879, se mudaron al número 3 de la misma calle, a una casona a la que bautizaron con el nombre de El Amparo. En el primer piso instalaron la cocina y el comedor y en el piso de arriba vivió el matrimonio junto a sus hijos: Vicenta nacida en 1866 quien precedió a Úrsula y Sira y Enrique, el hijo mayor. Las tres hermanas, que habían heredado de su madre la pasión por la cocina, decidieron viajar a Francia donde aprendieron los secretos culinarios de los mejores profesionales. A su regreso, el padre de familia falleció a causa de una pulmonía; quedándose, las cuatros mujeres, al frente de los fogones de los cuales salían los mejores manjares de Bilbao.

Se les ocurrió fusionar la gastronomía bilbaína con la francesa, surgiendo unos platos modernos pero con el sabor de siempre que tanto asombraban a los paladares de los bilbaínos. Diferentes salsas, pescados y aves convivían perfectamente con los garbanzos, los huevos fritos o las alubias de siempre. El bacalao y la merluza frita eran sus platos estrellas, ganando una merecida fama, sobre todo, entre la clase alta bilbaína que traspasaba regularmente la puerta del Amparo para degustarlos. Úrsula y Sira, además de cocinar, se dedicaron a escribir un libro con 685 recetas, que fue publicado a su muerte.

En aquellos tiempos felices nada hacía presagiar el cierre del restaurante pero, llegó la tan temida gripe del año 1919 que dejó más de quinientos fallecidos en Bilbao, causando también la muerte de Vicenta, la hermana que siempre fue reconocida por la preparación del bacalao. Sus hermanas, completamente destrozadas, no quisieron continuar con el negocio del restaurante y solo cocinaban por encargo. La casa terminó derribándose y, de aquel local, nos queda su historia y su legado en forma de libro titulado: “El Amparo, sus platos clásicos” escrito por Úrsula, Sira y Vicenta Azcaray Eguileor, en el que se recogen seiscientas ochenta y cinco recetas con clara influencia de la cocina francesa del siglo XX.

Foto en blanco y negro: INTERNET

Fotos en color: Andoni Renteria, tomadas del libro.

ALCAZABA Y RIMBOMBÍN, TEMPLOS DEL BUEN COMER

En Bilbao, el comer es casi una religión y nunca han faltado establecimientos donde sirvieran deliciosas viandas y buenos caldos.
La familia Jaureguizar, muy conocida en el mundo hostelero, fue quien inauguró el Restaurante Alcazaba en la calle Hurtado de Amézaga en 1921. Este lugar de culto para clientes con estómagos agradecidos lo atendía el matrimonio, sus cuatros hijos y un cocinero catalán con amplia experiencia adquirida en un hotel de lujo en Suiza. El local estaba dividido en dos pisos: el de abajo para la marisquería y el de arriba para el restaurante.
Su extensa carta de platos típicamente bilbaínos contaba con tres especialidades: el jamón, el marisco y la caza. De los vinos y licores se encargaba Andere, una de las hijas que, a pesar de que nunca los probaba, era capaz de distinguirlos por el olfato. Andere era una joven rubia y pizpireta que impresionaba a los clientes con su belleza. El artista Ignacio Zuloaga, asiduo al restaurante, la esculpió en dos ocasiones; mientras que el compositor y escritor Félix Garci-Arcelus, apodado Klin-Klon, le dedicó su conocido zortziko “El roble y el ombú”.
Mucha y diversa gente de la sociedad bilbaína frecuentaba su comedor como el político socialista Indalecio Prieto, quien solía reunirse con el arquitecto municipal Ricardo Bastida y, mientras daban buena cuenta de los suculentos platos, realizaban bosquejos de infraestructuras que, con el paso de los años, llegaron a ser una realidad.

En esta misma calle, en el número 48, Teodoro García fundó un negocio en el año 1931 donde, además de tomar buen café, se jugaba al billar o al futbolín. Veinte años más tarde y debido a la fama que fue adquiriendo, Teodoro lo transformó en restaurante. Para ello sustituyó algunos billares por mesas de comedor y fue así cómo el Rimbombín, especializado en mariscos y pescados del Cantábrico, llegó a ser muy popular en la villa.
En el año 2006, este prestigioso restaurante fue distinguido con el título de Ilustre de Bilbao que otorga el Ayuntamiento de la villa como reconocimiento a su larga trayectoria y al buen trato que siempre ha dado a los bilbainos y bilbainas. Al igual que el Alcazaba, este templo gastronómico fue punto de encuentro de personalidades del mundo de la cultura, la política, el espectáculo o los toros.

Desgraciadamente, el pasado diciembre cerró sus puertas debido a la situación de pandemia en la que nos encontramos y con su cese se va otro reputado negocio bilbaino.

La foto la he tomado de su propia web.