VISITA AL CASTILLO DE MUÑATONES

Hace unos días asistí a una de las visitas teatralizadas que se realizan en el Castillo de Muñatones de Muskiz, en las que se cuenta la historia del castillo y la de sus habitantes y que lleva por título LAS INTRIGAS DE MUÑATONES. En ella participaron actores del grupo Alabazan; el historiador Juan Manuel Cembellín como narrador y Marta Zabala, directora de la Ferrería El Pobal como maestra de ceremonias.

Con todas las medidas de seguridad sanitaria, los asistentes nos sentamos en el jardín mientras aparecía el primer personaje: Inés de Muñatones, quien nos explicó detalles de su vida. Su padre, Diego Pérez de Muñatones necesitaba ayuda para luchar contra los gamboinos y, para ello, pensó que la mejor manera era aliarse con los Salazar, (perteneciente al bando de los oñacinos) y casar a su hija Inés, la más pequeña de todas, con Juan López de Salazar, el primero de los 120 hijos bastardos de Lope García Salazar.

El señor de Muñatones entregó a la pareja el solar de San Martín como dote y allí construyeron la torre de San Martín o castillo de Muñatones. Estos hechos ocurrieron en la tercera década del siglo XIV.
Juan era prestamero de Bizkaia, es decir una especie de jefe de policía actual, cuya misión era mantener el orden en el Señorío. Tuvieron un hijo al que llamaron, también, Juan.
Mientras el historiador y, en este caso narrador, nos iba relatando momentos de la vida de estas familias, apareció en escena Lope García de Salazar, quien nos acompañó durante la hora y media que duró la visita ya que era el personaje principal en toda esta historia.
Lope García de Salazar fue un hombre que luchó por sus ideales durante toda su existencia. Un hombre de honor que no dudó en pelear con quien fuese por proteger su estirpe y su linaje; uno de los más importantes en el siglo XV junto con los Butrón y los Abendaño. Se dice que los Salazar son descendientes de los godos de Suecia, aunque las pruebas demuestran que provienen de Medina de Pomar en Burgos. Hacia el año 1200, aquella familia era muy modesta, pero tenían una política matrimonial que les hizo ascender posiciones y en pocos años se convirtieron en nobleza, asentándose primero en Álava y luego en Bizkaia.

Lope García de Salazar ansiaba obtener todas las posesiones de su padre y, cuando este falleció, compró a sus otros cinco hermanos su parte para mantener unidas las propiedades y el linaje, fundamentalmente. Era tan poderoso que movilizaba a unos cincuenta linajes y un total de dos mil hombres si así fuese necesario para entrar en batalla, siendo así uno de los mayores ejércitos particulares de la costa cantábrica. Reformó la casa y construyó un piso más que, actualmente no existe, con la intención de que el enemigo observara su poderío desde la lejanía.

En la escena siguiente aparece Juana de Butrón, su esposa por conveniencia, para explicar cómo fue su vida, su matrimonio y que, a pesar de haber parido nueve hijos suyos, Lope tenía otras amantes y una en especial: Mencía de Avellaneda, su favorita. Lope nombró heredero a su nieto, algo que enfureció a su esposa y, sobre todo, a su hijo Juan quien comenzó una batalla contra él, por lo que Lope se encerró en la torre más alta con unos pocos parientes que sí estaban de su lado.

En 1471, Lope escapa de la torre y es apresado por su hijo y sus hombres quienes le trasladan a una torre en Portugalete, donde solo se le permitía asistir a misa diaria fuertemente vigilado por seis hombres. Un día, asombrosamente, se escapó y se refugió en el coro de la iglesia. Finalmente le capturaron y, días más tarde, le sirvieron una comida envenenada que le provocó la muerte. Durante el tiempo que permaneció recluido en la torre escribió un extenso libro al que se le ha titulado BIENANDANZAS Y FORTUNAS, donde relata pasajes de su vida y explica porqué era tan importante para él su poder, su linaje y sus propiedades. El propio Lope nos leyó un fragmento de su obra.

No hay duda de que las andanzas de esta familia darían para horas y horas de escena, pero con esta visita teatralizada, cualquier visitante puede hacerse una idea de cómo vivían y luchaban entre ellos por conseguir y mantener el poder.

Al terminar, los personajes y el narrador se sacaron fotos con todos los que quisimos guardar un bonito recuerdo de una soleada e histórica mañana.

FOTOS: ANDONI RENTERIA

PEÑAS NEGRAS, PARAJE ENCANTADO

Hoy me alejo de Bilbao unos 22 kilómetros, me dirijo por la A8 dirección Cantabria y en el desvío de Zierbena-Gallarta me salgo para subir hacia el polígono industrial El Campillo. Sigo la carretera hasta la Arboleda. Una vez en el pueblo, por un camino hacia la derecha, me dirijo al Centro de Interpretación Ambiental Peñas Negras.
Este edificio se encuentra en plena naturaleza. Dispone de un amplio aparcamiento donde estaciono el vehículo. La entrada es gratuita y abren todos los días en horario de mañana y tarde. Por una puerta accedo a una sala que alberga una exposición de fotos y de paneles explicativos donde se cuenta la historia de este zona minera, de cómo extraían el mineral, de cómo se forma, o de cómo se transportaba.
En una vitrina, el tranvia aéreo de vagonetas, se pone en marcha para mostrar a los visitantes el funcionamiento y, explicar así, cómo bajaban a Gallarta el hierro conseguido de las rocas de estos montes.

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Desciendo por unas escaleras y me encuentro con una estancia grande de cuyas paredes cuelgan fotos con escenas cotidianas de aquellos años de tanto trabajo.

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Enseguida comienza un documental que, durante quince minutos, me habla del mineral, de la manera de arrebatárselo a estos montes mineros, de su lavado, su cocción y su transporte en vagonetas; de aquellos hombres y mujeres que buscaban una vida mejor aunque seguramente, no era lo que hubieran imaginado cuando salieron de sus hogares en pos de una vida mejor.
Al terminar me apetece tomar un refrigerio y decido visitar la cafetería en el mismo edificio. Me llaman la atención unos tarros de miel natural de diversas flores que se exponen en unas baldas para su venta.
En el exterior puedo observar un lavadero de mineral, unas vagonetas y un tranvía aéreo que dan una idea del trabajo y de la vida tan dura de tantos y tantos mineros.

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Por un camino me pongo en marcha hacia las peñas negras. Me han asegurado que las formas divertidas y curiosas de las rocas me sorprenderán. El color de la hierba es un verde fuerte, intenso, gracias a nuestro lluvioso clima.

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Me cruzo con dos seteros de mediana edad ataviados con botas de agua y grandes cestas de mimbre que, en ese momento, acarreaban con ligereza, posiblemente porque se hallaran vacías.

No entiendo de setas pero observo que hay muchas e intento no pisarlas, quizá alguien las coja.

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El paisaje no decepciona, es magnífico, mejor incluso de lo que me habían explicado. A pesar de subir y bajar varias laderas no cansa, es un paseo cómodo.

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Todo lo que estoy pisando fueron en su día galerías a cielo abierto, un auténtico paisaje lunar, dinamitado para extraer el tan preciado mineral.
Pero no siempre fue así, este paraje presumía de castaños, robles y muchas especies autóctonas, además de caseríos que, para nada, imaginaban que todo se convertiría en una gran mina.

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Me consta que existen rutas por este paraje pero yo he decidido andar sin seguir un orden, simplemente dejándome llevar por la naturaleza, el aire, los ruidos…como el sonido de unos cencerros que me hacen girar para descubrir unas cabras negras mirándome,

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posiblemente pensando quién sería aquel ser extraño que parecía venir de la ciudad.
Algunas de las rocas me recuerdan a animales; un dinosaurio parece salir a mi paso, tortugas, rinocerontes… también una cara con una gran nariz, la boca abierta y asomando una lengua. Todo eso es lo que veo o, quizá, lo que ve mi imaginación.

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Transcurren los minutos y me paro a pensar que si en Cuenca tienen la Ciudad Encantada nosotros podemos presumir también de un lugar encantado y mágico en nuestros montes mineros cargados de historia.

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Alcanzo una cumbre y, subida a una piedra, me maravillan las vistas. No hay dinero que pague esta sensación de paz y bienestar.

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Os recomiendo una visita a la zona, os “encantará”.
FOTOS: ANDONI RENTERIA

FERRERÍA EL POBAL, UN VISTAZO AL PASADO.

El 17 de junio de 2004 se inauguró este museo; aunque no se trata de un museo cualquiera, sino de un conjunto de construcciones, salas y jardines en los que, además de disfrutar, se aprende y se vive una experiencia única sobre una profesión en desuso hoy en día y ejercida solo como artesanía.
El lugar al que me refiero es la FERRERÍA EL POBAL.

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Para llegar hasta aquí desde Bilbao se debe ir primero a Muskiz y, de allí, os dirigís hacia Sopuerta, donde empezaréis a ver por la carretera carteles indicando el camino a seguir.
Eran las doce y media de un sábado cuando aparco el coche en el estacionamiento habilitado para los visitantes del museo.
La ferrería desde aquí no se ve, hay que atravesar un pequeño puente rodeado de naturaleza en estado puro junto al río Barbadún. Antes de acercarme a las instalaciones del museo decido ver la presa construida para suministrar de agua y, mediante un canal, alimentar a la Ferrería.

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El campo está precioso con ese verdor y tantas flores. Me detengo atraída por unas amarillas y una solitaria cala.

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En la presa no puedo hacer mucho el tonto ya que puedo terminar en el agua y a ver quién me rescata. Pero, en la orilla del río disfruto tirando alguna piedra para conseguir hacer ondas, sin mucho éxito.

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A muy pocos metros me adentro en un increíble bosque de bambú, no recuerdo nunca haber estado en uno igual. Los troncos son muy flexibles y si los mueves un poco se balancean produciendo un curioso sonido.

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Me dirijo hacia la ferrería donde lo primero que veo es la casa palacio de los Salazar del siglo XVI edificada como vivienda para los ferrones y que, actualmente, se utiliza como recepción y salas de exposiciones, además de contar con una pequeña tienda donde adquirir algún objeto como recuerdo de la visita.

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En el exterior existe una pequeña catarata que da movimiento al molino para el fuelle.
A la hora fijada, uno de los guías, nos indica que le sigamos mientras nos va dando detalles de este lugar donde se trabajaba el hierro.

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Pasamos por una sala que es el depósito de carbón, donde vemos unas pilas enormes de este mineral y llegamos al fuelle. Nuestro guía nos explica que, para su funcionamiento, el agua debe pasar por el molino y, de esta manera, el aire alimentará el fuego que se encuentra al otro lado de una pared, en otra estancia donde el calor era soportable para permanecer un ratito, eso me hace imaginar lo duro que sería trabajar allí varias horas seguidas.

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El encargado de mostrarnos cómo funcionaba se llama Luis Mari y él pone en marcha el martillo pilón, advirtiéndonos del ruido para que no nos asustemos, que golpea sobre un yunque.
Mientras continúan los golpes observo un pequeño rincón con unas alacenas que sirvió como oficina donde se realizaban las cuentas administrativas.

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Finalizada esta demostración, continuamos la visita en la sala de metalurgia. Allí, el mismo Luis Mari, nos enseña diferentes barras de hierro y sus variaciones de color cuando se calienta.
La temperatura para trabajar y moldear estas barras oscila entre los 1200 y 1400 grados.
Desde una posición segura observo y atiendo a todas sus explicaciones que recibimos delante de la fragua.

Son muchas las herramientas de las que disponían para trabajar el hierro y las exponen para recrear lo que fue aquella durísima profesión.

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Pasados unos minutos y, después de habernos mostrado este ancestral arte, el guía nos invita a salir y visitar el molino fluvial construido a principios del siglo XVII que funcionó hasta los años cuarenta de la pasada centuria.

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A él acudían los labradores de la zona donde, por un precio ya estipulado, se les permitía moler tanto el maíz o pienso como el trigo ya que, como se puede ver, disponía de dos muelas.
No me resisto a coger una criba y probar a colar la harina de trigo.

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En el exterior, unas ruedas de molino apoyadas contra el muro del edificio, me sirven para subirme y pedirle a Andoni una foto.

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A pocos metros un horno donde cocían el pan que, seguro, estaría delicioso.

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Antes de marchar me detengo un minuto a firmar en el libro de visitas y manifestar, así, mi agrado por el Museo al que, indudablemente, volveré.

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La visita es altamente recomendable para conocer y aprender una parte muy importante de nuestra historia, de nuestro pasado industrial.
Os aconsejo una excursión por la zona, os sorprenderéis.
Fotos: Andoni Rentería.